Papa Francisco, el gran reformador

Conversación con el doctor Austen Ivereigh, biógrafo

12/01/2017
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En su programa En perspectiva, que se emite en las mañanas de Radio Oriental, el periodista Emiliano Cotelo entrevistó el lunes 7 de noviembre al doctor Austen Ivereigh, biógrafo del papa Francisco. Aquí algunos extractos de la trasncripción que aparece en la página web de esa Radio, que resulta de mucho interés.

EC – El 13 de marzo del año 2013, la atención del planeta estaba puesta en la plaza de San Pedro, en Roma. Jorge Bergoglio, en ese momento se convertía en el primer latinoamericano nom­brado como la máxima autoridad de la Iglesia católica, una religión que profesan más de 1.200 millones de personas en el mundo.

¿Quién es el papa argentino? ¿Qué ha hecho en estos tres años y medio? ¿Qué puede esperarse de él?

Esas van a ser las preguntas básicas en la charla que ahora iniciamos. Una conversación con quien puede considerarse uno de sus biógrafos, Austen lvereigh, escritor y periodista británico, doctor en Filosofía y autor del libro El gran reformador. Francisco, retrato de un Papa radical.

Conviene comenzar aclarando desde qué posición escribes a pro­pósito del papa Francisco y de La Iglesia católica. Tú eres un cató­lico muy activo. Por ejemplo, eres uno de Los fundadores de Catholic Voices. ¿Cómo defines a esa orga­nización?

Austen Ivereigh (Al) – Voces Cató­licas nació en el 2010 en Inglate­rra cuando esperábamos la visita del papa Benedicto. Había mucha reacción en contra de su visita y creamos un grupo para respon­der a las críticas contra la Iglesia. Preparándonos para esa visita y saliendo en los medios, desarrollamos una metodología y un curso de formación que realmente funcionó muy bien, ahora estamos en 23 países. Uruguay es el último, este fin de semana he estado capacitando a un grupo acá, que son buenísi­mos, listos, disponibles para ha­blar sobre cualquier cosa, sobre la Iglesia católica. Es un servicio a la Iglesia y también a los medios, una especie de intermediario, existimos para mejorar la comprensión de la gente sobre las posturas de la iglesia, las más comprometidas.

EC – De algún modo, esa organiza­ción recoge o toma como base tu propia experiencia: tú tienes años dedicado a comentar asuntos vin­culados con la Iglesia católica en distintos medios de comunicación del mundo.

AI – Así es, soy periodista de profe­sión, pero he trabajado también en la Iglesia como director de Asuntos Públicos para el entonces cardenal arzobispo de Westminster de Lon­dres, y antes de eso era director adjunto de una revista semanal ca­tólica conocida, entonces me invi­taban mucho a los medios a hablar sobre esas cuestiones. Entonces a lo largo de los años desarrollé cier­ta comprensión de cómo funcionan Las cosas.

EC – ¿Y cuál es a esta altura tu vin­culación o tu relación con el propio papa Francisco?

AI – Antes de su elección no tuve ningún contacto con él. Hace 25 años hice mi tesis de doctorado en la Universidad de Oxford sobre la Iglesia argentina y la política. En ese entonces todo el mundo me preguntaba por qué me interesaba ese tema tan marginal.

EC – Me deja muy tranquilo saber que todos te hacían esa pregunta, porque es la misma pregunta que me hice yo al repasar tus antece­dentes.

AI – Sí, porque no tengo ningún familiar en América Latina, no sé nada.

EC -¿Qué hacía un británico, a principios de los años 90, resol­viendo que su tesis de doctorado iba a ser a propósito de La Iglesia católica argentina?

AI – Primero me había interesado en La literatura argentina, después en la historia, y después había via­jado bastante en Argentina, había vivido allí enseñando inglés y co­sas. Entonces elegí hacer mi tesis sobre eso.

EC – No había vínculos familiares.

AI – No, ninguno, yo soy británico ­británico, no tengo ningún lazo. Pero, no sé por qué, nací con un corazón latinoamericano, siempre me he sentido muy identificado con América Latina, una fascina­ción. Siempre me he sentido muy en casa y muy a gusto acá. Suman­do varias visitas hace 25 años, pasé como dos años en Buenos Aires y ahí se me pegó un poco el acen­to rioplatense. Pero no volví más.

En esa época a Bergoglio recién lo habían nombrado obispo auxiliar. La primera vez que oí de él fue en el 2001-2002, cuando la gran crisis económica argentina. En ese mo­mento él ya era cardenal, recién lo habían nombrado, y ya era una fi­gura bastante destacada en la vida pública argentina.

Después me olvidé un poco de Argentina, hasta la noche de la elección, cuando estaba hacien­do comentarios para un canal de noticias británico y salió un papa argentino.

EC – Pero llegado ese momento, cuando lo eligen papa, ¿tú habías tenido contacto con él?

 

AI – No, no, ninguno. Sí sabía un poco de él, en parte porque se ha­bía destacado, su nombre había so­nado en el cónclave del 2005, y el cardenal para el cual yo trabajaba estaba muy interesado en él en el 2005. Muchos años más tarde me di cuenta de que él había sido uno de los cardenales que habían pro­movido la candidatura de Bergoglio en ese cónclave del 2013, pero solo después descubrí eso. En par­te ese fue el motivo para escribir el libro, en el que narro cómo fue elegido Bergoglio, cuál fue el mo­vimiento de los cardenales a favor de su elección.

EC – Has contado que en esa tras­misión en la que estabas partici­pando el día en que se esperaba el nombre del papa fuiste de los periodistas mejor preparados para salir diciendo algo sólido una vez que se abrieron los postigos del balcón y apareció Bergoglio.

AI – Por lo menos sabía quién era y podía decir que era jesuita, algo de su fama. A otros comentaristas esa noche les fue bastante mal porque el objetivo era explicar al mundo a quién había sido elegido, para eso estábamos los comenta­ristas. Y la única forma de preparar un cónclave es tratar de adivinar quiénes son los más papables, nor­malmente hay unos 20 nombres que suenan, entonces tú preparas esa lista. Pero él no estaba en esa lista de los papables.

EC – No estaba, curiosamente, pese a que en la anterior había sido uno de los "finalistas".

AI – Esa fue la razón por la cual no fue considerado, porque ya era bastante viejo en el 2005 y se su­ponía que en ese sentido ya era una figura del pasado. Y el más sorprendido esa noche fue él.

EC – De todos modos, tú tenías alguna pista.

AI – Sí, por lo menos, y ahí se me despertó la curiosidad por él. Re­cuerdo muy bien que esa noche, en el momento de hacer los comen­tarios para los dos millones de televidentes, en mi mente pensaba:

"Yo lo conozco, no lo conozco de cerca, pero lo entiendo, sé de dón­de viene, es un argentino". Hasta su forma de hablar, el papa porte­ño, la forma en que hablaba.

Entonces en las semanas después de su elección se me despertó una curiosidad enorme por saber más de él. En parte porque me parecía que los que hablaban del papa no entendían su argentinidad, enton­ces yo insistía siempre: no se lo puede encasillar dentro de las ca­tegorías europeas o latinoameri­canas, liberal o conservador, está fuera de eso, es un argentino. En el fondo es un jesuita peronista, por eso es difícil de entender.

EC – ¡Cuántos conceptos juntos! Vamos de a poco. ¿Qué utilidad terminó teniendo para ti aquella investigación que habías hecho para el doctorado sobre la Iglesia católica argentina cuando te pu­siste luego a escribir este libro, El gran reformador, sobre Francisco específicamente?

AI – Mi tesis, que se publicó hace muchos años como Catolicismo y política en Argentina, era un estudio del movimiento naciona­lista católico social en la Argen­tina de los años 30, 40, que fue precisamente el telón de fondo del movimiento peronista. Perón canalizaba todo un despertar, un movimiento nacionalista católico en Argentina, que era muy social, muy obrerista, muy progresista en ese sentido, pero al mismo tiem­po nacionalista. Ese es el telón de fondo de Bergoglio, él también viene de esa Argentina. Por eso me sirvió de base, los primeros dos ca­pítulos del libro de hecho dan una visión muy larga de un panorama muy profundo sobre los grandes movimientos sociales en Argenti­na, e intenta entender ese fenóme­no, porque, como muchas veces he bromeado, la gran tarea del libro no era tanto comprender al papa Francisco, sino comprender el pe­ronismo.

EC – ¿Esa era la tarea del libro?

AI – Lo digo en broma, pero en parte solo entendiendo ese telón de fondo de la Argentina peronis­ta se puede entender a este papa. Como no se podía comprender bien a Juan Pablo II sin saber algo del telón de fondo de la nación polaca, entre las guerras. Ese fue el objeti­vo de El gran reformador, ubicarlo en ese contexto.

Y hay una conexión muy fuerte con Uruguay, porque uno de los nortes y guías para el papa fue Alberto Methol Ferré, el gran pensador vi­sionario uruguayo. Eso es ya en los años 70, y sería la continuación de ese movimiento, también son na­cionalistas populares católicos de esa época, que fueron los que más lo influenciaron.

EC – A propósito de la evolución de Bergoglio, tú mismo has planteado una de las tantas preguntas que hubo en los primeros días, en las primeras semanas posteriores a su nombramiento como papa: ¿quién es, qué hay detrás? ¿"Un jesuita retrógrado que se convirtió en un obispo progresista"? Desarmemos ese cuadro.

AI – Yo nunca acepté esa tesis.

EC – Pero había esa interpretación.

AI – Exactamente. De hecho hay biografías que básicamente tienen esa narrativa. Cuando fui a inves­tigar su vida, una de las primeras cosas que hice fue leer todo lo que había escrito de jesuita a lo largo de 20 años, algo que ningún otro biógrafo había hecho. Dicho sea de paso, eso fue unos meses después de su elección, pero sus escritos todavía no se habían publicado; los jesuitas los sacaron de los es­tantes, les sacaron el polvo y me los prestaron para fotocopiar. Y a través de esos escritos descubrí a un hombre que se parece mu­cho al Papa de ahora, entonces no creo en eso del jesuita retrógrado que después se hace progresista, sino más bien veo un jesuita muy resistente a las ideologías, pero que buscaba una cercanía con el pueblo, con la gente sencilla de Argentina, quería que sus jesuitas también tuvieran esa cercanía en los barrios populares de La Argen­tina. Hay una consistencia, no digo que no haya cambiado, ha cambia­do, ha evolucionado en muchas cosas, pero creo que el perfil del papa Francisco se parece mucho al perfil del provincial jesuita de los años 70, 80.

EC – Por ejemplo, en esa historia de Bergoglio está su enfrenta­miento con la teología de la liberación ...

AI – Sí, exacto.

EC – ... casualmente muchos lo ven cercano a la teología de la libera­ción.

AI – Esa es la pregunta clásica: si el papa es un seguidor de la teo­logía de la liberación. Yo siempre respondo: depende de lo que signi­fique la teología de la liberación, porque había varias corrientes. Pero sí, él pertenece, forma parte de la corriente latinoamericana teológica pos-Medellín, pos año 68, el redescubrimiento de la his­toria de la cultura, de la teología latinoamericana. Pero hubo una división de aguas en los años 70 entre los que se aferraban más a una interpretación marxista y fa­vorecían un camino más revolu­cionario, el camino de la política, y otro grupo que era muy de acá del Río de la Plata –Methol Ferré era uno de ellos, una serie de teólogos argentinos como Lucio Gera–, que más bien buscaba la valoración del pueblo y la cultura, la cultura lati­noamericana, como el vehículo de la liberación. Eso implicaba un re­chazo a los esquemas sociológicos marxistas, entonces él se resistía a esa otra teología de la liberación, pero sí formaba parte de ese gru­po del Río de la Plata que tiene el nombre de teología del pueblo, para diferenciarlo. De todos modos tienen mucho en común, como la opción preferencial por los pobres, la idea de la liberación latinoame­ricana de las fuerzas ajenas, pero hay una división. Y uno de los pun­tos de división más interesantes es la cuestión de la religiosidad popu­lar, que para los teólogos del pue­blo siempre fue muy importante, mientras que los liberacionistas de repente eran vistos como una cosa un poco medieval y supersticiosa. Él se identifica claramente con esa línea del pueblo.

EC – En las primeras horas y días posteriores a su designación, a su nombramiento, a su consagración como Papa, hubo toda una corrien­te de críticas que lo señalaban como colaborador de la dictadura argentina, o habiendo tenido mo­mentos o episodios de colabora­ción. Tú trabajaste en especial so­bre esos asuntos.

AI – Sí. La acusación específica contra él fue que había permitido o aun fomentado la detención de dos jesuitas muy activistas liberacionistas en los años 70. Cuando em­pecé a investigar eso era bastante claro que la acusación fue falsa, pero lo que me interesaba era dón­de había nacido esa acusación. En el capítulo 4 del libro trazo qué pasó. En el fondo su actitud sobre la dictadura se puede resumir así: él no alzó la voz porque no habla por qué alzar la voz, los que alza­ban la voz normalmente eran su­primidos de inmediato por la dic­tadura o exiliados. Su papel como provincial jefe de los jesuitas era proteger a los jesuitas de la repre­sión. Pero al mismo tiempo, ayudar a los que habían sido torturados y huían de la dictadura.

Está claro y demuestro en el libro que salvó a decenas de personas en el Colegio Máximo, del cual él era rector en ese momento, des­pués de ser provincial, las escon­día ahí. Las historias son muy dra­máticas, se fingía que ellos hacían los ejercicios espirituales de san Ignacio, una especie de retiro espi­ritual, pero de hecho los escondía y los ayudaba a salir del país. Hizo las dos cosas a la vez, y muchos de los jesuitas que vivían con él no sabían que hacía eso. O sea, tiene –fue lo que más me impresionó al investigar su vida– una valentía y una capacidad de vivir en tensión realmente extraordinarias. Es la misma capacidad que demostraba después como arzobispo de Bue­nos Aires al enfrentarse con los mafiosos y los traficantes de per­sonas. Tiene una valentía tremen­da.

EC – Hablando de su etapa como arzobispo de Buenos Aires, un sa­cerdote y obispo peronista ... por­que tú lo defines como peronista ...

AI – Sí.

EC – ... se enfrentó a los gobiernos Kirchner. ¿Eso otro cómo se en­tiende?

AI – Digo un poco en broma que es peronista, pero es peronista en el sentido de que es en esa época, en los años 70 y 80, ese grupo de je­suitas estaban muy identificados con un peronismo original de los años 50, el que a veces se dice que es ortodoxo.

Pero después hubo otras variacio­nes y expresiones de peronismo, el menemismo en los años 80, que fue neoliberal, y luego el kirchne­rismo, que fue de una izquierda secularista, populista, que tampo­co se identificaba con eso. O sea nunca fue afiliado, miembro del partido peronista, pero Argenti­na se divide y él definitivamente estaba de ese lado peronista. Eso no significa su aceptación de las expresiones posteriores del pero­nismo.

EC – ¿Cómo se entiende ese en­frentamiento? Porque para los Kir­chner, Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires, era quizás el princi­pal azote.

AI – Lo que pasa es que Néstor Kirchner sobre todo era tremenda­mente ideologizado, en sus esque­mas la Iglesia era una institución retrógrada, cómplice de la dicta­dura, etcétera, entonces simple­mente no podía ver a Bergoglio sino como una amenaza. Fue una ceguera ideológica tremenda. De hecho, fue más fácil con Cristina.

Cristina era más pragmática en ese sentido. El chiste es que du­rante muchos años, cuando estaba Cristina Kirchner, ella nunca reci­bió a Bergoglio y Bergoglio tampo­co a ella. Él siempre decía "si ella quiere venir a visitarme, que venga". Entonces no se vieron. Pero cuando fue elegido Papa fue más fácil para Cristina Kirchner viajar; cruzar el Atlántico para verlo en Roma que cruzar la plaza de Mayo.

EC – Hubo días de incertidumbre sobre cómo iba a reaccionar Cris­tina Fernández.

AI – El primer día en especial, por­que su primera reacción fue muy fría. Y se dice –lo narro en el libro– ­que Rafael Correa, el presidente de Ecuador, la llamó a Cristina para felicitarla por la elección de Bergoglio y Cristina le dijo: "Tenés que entender, es un facha, es un enemigo", y Rafael le dice: "¿Estás loca, mujer? ¡Acaban de elegir al primer argentino como Papa! ¡Este va a ser más grande que Carlos Gardel!".

En ese momento, por razones polí­ticas frías Cristina cambió mucho de parecer: lo interesante es que después, cuando ella fue al Vati­cano, que fue recibida por el Papa, por supuesto, hubo una especie de reconciliación.

EC – Sí, tanto que hay una compa­ración permanente entre a quién trata mejor el Papa, si a Cristina o a Macri.

AI – Ahora voy a la Argentina para escuchar, allí hay una cierta pa­tología en cuanto al Papa. Pero lo interesante es que desarrolla una especie de relación, Cristina lo vuelve a ver como cuatro veces en el Vaticano. Con Macri creo que es una relación más normal con un estadista, el Papa tiene mucho cuidado de no involucrarse en la política argentina, porque todo el mundo lo quiere involucrar, siendo argentino.

EC – "Francisco es un reformador, pero no es un Lutero; es un radical, pero no es un Che Guevara". ¿A qué se refiere?

AI – Elegí el título en parte para provocar, porque hay mucha gente que se pregunta: sabemos que este papa es un agente de cambio, un innovador, que está produciendo cambios. Pero ¿qué tipo de cam­bios son y qué tipo de reformador es? Entonces quería mostrar en el libro que hay una constante en su vida, que ha sido reformar, primero a los jesuitas, después como arzo­bispo de Buenos Aires, ahora como pastor de la Iglesia universal. Y su reforma pertenece a una tra­dición de reforma radical católica que se remonta a la Edad Media. Uno piensa en los íconos como san Francisco de Asís, ¿qué están bus­cando? Están buscando volver a la Iglesia a sus raíces, a su dependen­cia de Jesucristo, a no depender de cosas del mundo, como el ego, el estatus, el poder.

Entonces es un proceso de purifi­cación, de enfocar en lo esencial y también de convertir a la Iglesia en algo más misionero. Él tiene una frase muy conocida, famosa, que es "la Iglesia en salida", quiere que la Iglesia salga a las periferias exis­tenciales. Entonces está haciendo ­una serie de reformas, sobre todo de la cultura y de la mentalidad católicas, con un enfoque muy especial en la misericordia como elemento fundamental de Dios y de Jesucristo. Todas sus otras refor­mas estructurales en el Vaticano, del gobierno de la Iglesia, tienen esa finalidad, son el medio para conseguir esos cambios cultura­les y de mentalidad en la Iglesia.

EC – Menciono algunas de las re­formas estructurales. Creó un consejo de nueve cardenales para reformar la Curia; creó un tribunal que se encargue de juzgar a los obispos que hayan incurrido en ne­gligencia u oculten denuncias de casos de abusos sexuales contra menores; cambió las autoridades del llamado Banco Vaticano, se dispuso el cierre de miles de cuen­tas para que esta institución ter­mine sirviendo "sólo a la Iglesia".

AI – Sí. Las reformas curiales, como las llamamos, porque son de la Curia romana, algunas de ellas fueron iniciadas por su predece­sor, pero él les puso un ritmo muy acelerado, sobre todo en dos áreas, las finanzas y las comunicaciones. Ha creado nuevas secretarías po­derosas, mucho más transparen­tes. Es un cambio de la cultura en el Vaticano.

Pero lo más importante aquí es el nombramiento del consejo de los nueve cardenales. Esos cardenales no son de Roma, son de las iglesias locales. Ese paso fue muy signifi­cativo, como también la reforma en el sínodo de obispos, cuando se reúnen en Roma los obispos dele­gados de la Iglesia local. Con estos pasos está abriendo Roma a las realidades de la Iglesia local, para que la Iglesia en Roma, la Iglesia universal expresada en el Vaticano, deje de ser tan autorreferencial.

EC – Ahí tiene importancia la se­lección que está haciendo de nue­vos cardenales, a dónde está yen­do a buscarlos.

AI – Exacto. Quiere incluir a la­ periferia directamente en Roma. Algunos de esos nombramientos son realmente sorprendentes, son de lugares muy lejanos, aislados, donde hay pocos católicos. Re­cuerdo el nombramiento anterior, del Reino de Tonga, que tiene como 150.000 católicos. ¿Por qué inclu­ye a esos? ¿Por qué quiere que esos sean cardenales? Por dos razones, para incluir la voz de los pobres y de la periferia en el Vaticano, pero también para aclarar que el hecho de ser una ciudad grande metropo­litana no significa necesariamente el derecho a ser cardenal. O sea, está tratando de contrabalancear el énfasis excesivo que existe en Europa en el Colegio Cardenalicio. Son más o menos 115 cardenales que eligen el próximo papa, de los cuales ahora la mayoría son no eu­ropeos. Y entre los no europeos, América Latina cuenta ahora con el bloque más significativo.

EC – ¿Cuáles son los problemas principales que se está tratando de atacar en la Curia?

AI – Cierta cultura de autosuficien­cia, una tendencia a enfatizar las reglas, las normas y la doctrina sin tomar en cuenta las realidades vi­vidas por las iglesias locales, cierta soberbia. Él está buscando que la Curia esté al servicio del papa y el papa a su vez está al servicio de la Iglesia. Entonces lo que está buscando es una nueva cultura de servicio. Yo conozco también Roma, hay muy buena gente en la Curia, que es humilde y sirve, pero es ver­dad que también hay intereses en juego, a veces corrupción verdade­ra, y eso es lo que está buscando eliminar. En parte esa corrupción no es de las altas esferas, sino de las bajas, de los burócratas, que normalmente son laicos, que no tienen grandes salarios, entonces hay muchos juegos de mover a sus amigos en posiciones. Ese tipo de corrupción es muy italiano, él está buscando eliminarlo con una nueva cultura de servicio.

EC – Tú has descrito a Francisco como "muy político". ¿Por qué?

AI – Es un animal político, él se describe a sí mismo como eso. De hecho creo que de adolescente es­taba tan interesado en la política que pensaba entrar en la política.

EC – ¿Existió esa intención?

AI – Sí, y él siempre está fascinado por la política, y entró finalmente a la Compañía de Jesús, que algunos dirían que es una forma de mezclar la política, en el sentido de que los jesuitas siempre han sido grandes líderes, grandes figuras estratégi­cas. Sigue siendo un hombre con gran instinto político, en el sen­tido de que siempre busca crear consensos para cambiar las cosas. Es un genio en construir puentes, más allá de las pertenencias reli­giosas, políticas, culturales, es un gran constructor de puentes, un gran creador de consensos. Pero también tiene la gran habilidad, que tienen los grandes políticos, de expresar, de diagnosticar el mo­mento en que vivimos, de nombrar el mal y también indicar la cura, en sus frases, en su forma de hablar. Ha revolucionado la comunica­ción papal con las conferencias de prensa que hace en el avión papal. Yo estuve con él la semana pasa­da en el vuelo a Suecia, participé directamente en la conferencia de prensa y es extraordinario, el papa tiene ahí a Reuters, a Associated Press, a las grandes agencias del mundo, no sabe cuáles van a hacer las preguntas, pero responde. Tie­ne una capacidad, una habilidad extraordinaria de responder directamente, de utilizar un lenguaje impactante. Todas esas son cualidades de políticos, normalmente no se asocian con obispos y líderes de la Iglesia necesariamente.

EC – "Ha logrado llevar a la Iglesia al centro de la diplomacia mun­dial." Esa es otra de tus asevera­ciones. ¿En qué asuntos específi­camente estás pensando?

AI – Por ejemplo en el deshielo entre Cuba y EEUU, en el que el Vaticano jugó un papel muy im­portante. En este momento en Ve­nezuela hay crisis, están pidiendo la mediación. En Oriente Medio también, en su momento invitó al líder palestino y al expresidente de Israel a rezar en el Vaticano, a encontrarse, fue un paso extraordinario.

EC – Pero no es el único papa que ha jugado un papel de ese estilo. Juan Pablo II, por mencionar otro, también lo hacía. ¿Dónde está la diferencia?

AI – No pretendo que en eso sea diferente, el Vaticano siempre ha sido muy activo en el plano inter­nacional. Pero por su prestigio, porque es ahora la figura moral central del escenario mundial y precisamente por la relación muy cercana que tiene con muchos es­tadistas, muchos vienen al Vatica­no a estar con él, es un poco como los primeros años de Juan Pablo II, la Iglesia había perdido esa centra­lidad y ahora ha vuelto a tenerla. Uno piensa en el proceso especial­mente en América latina. Yo he dicho varias veces que el estrecho de Florida y la frontera mexica­no-estadounidense son para este pontificado lo que era el Muro de Berlín para el pontificado de Juan Pablo II, en el sentido de que son fuente de injusticia, de mala com­prensión, que está buscando reem­plazar con puentes. Hace un par de días hizo unas afirmaciones muy fuertes sobre los que construyen muros, que pueden ser leídas a la luz de Trump.

EC – También ha estado muy ac­tivo en la cuestión de los refugia­dos, los migrantes africanos que desbordan Europa. Son distintos campos en los que probablemente la primera reacción y la de mucha gente en el mundo sea "qué bien, qué interesante que el Vaticano tome la iniciativa, intervenga, pro­mueva el diálogo". Pero hay otra lectura, quizás más desconfiada, más crítica, que lo que ve es una pulseada por el poder, para que la Iglesia católica recupere en el mundo una cuota de poder que supo tener, pero que ya no le co­rresponde en un mundo que ha ido girando hacia la laicidad. ¿Cómo veesta otra discusión?

AI – Esa lectura sería difícil de compartir, porque el Vaticano, la Iglesia no tiene ejército, no tiene intereses comerciales, cuando in­terviene en un conflicto internacional normalmente es porque es invitada a mediar, y luego el Va­ticano establece las bases de esa participación diciendo "los dos tie­nen que pedir".

Es genuinamente al servicio de todos. Y no veo cómo la Iglesia se beneficia en términos de poder o de número de fieles, lo hace sim­plemente porque es parte de lo que es, refleja sus valores y es aquello para lo cual existe. La Iglesia exis­te para hacer real la presencia de Jesucristo en nuestro mundo, Je­sucristo rompía esas barreras y construía esos puentes para crear nuevas formas de coexistencia de mutuo amor y mutuo respeto. En­tonces forma parte de la identidad de la Iglesia hacer ese tipo de diplomacia.

EC – Desde ese punto de vista, ¿por qué es la Iglesia católica la que tie­ne que jugar este papel? Hay otras iglesias en el mundo.

AI – Sí, y no hay duda de que otras iglesias a su vez juegan sus propios papeles, pero no hay otra institu­ción en el mundo como la Iglesia Católica. Primero, es la institución más antigua del mundo; segundo, tiene una presencia global ex­traordinaria, más de un billón de fieles, y tiene relaciones diplomá­ticas con' casi todos los países. Hay representación no solo del Vatica­no, sino también de esos países en Roma, en el Vaticano.

Todos los países quieren que el Vaticano esté ahí, simplemente porque saben que la Iglesia es un gran soft power, 'poder suave'en su capacidad de mover corazones y mentes. Y precisamente porque está presente en los pueblos más remotos y en las periferias del mundo tiene una capacidad, tiene una inteligencia, un conocimien­to, un entendimiento. Y porque es experta en humanidad tiene una capacidad de cambiar las cosas, pero no lo hace a través del poder, no tiene ejército, no tiene dinero, el presupuesto del Vaticano es me­nor que el de una universidad nor­teamericana.