CONSAGRAR A MARÍA, MADRE DE LOS PUEBLOS, PARA UNIR A SUS HIJOS

Redacción PCAL
25/03/2022
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Virgen de Guadalupe en placa de cobre

 

Presentamos el texto de Consagración que utilizará el Papa Francisco y una breve reflexión del Padre Alexandre Awi Mello, ISch, en español y en portugués, en el contexto de la próxima consagración y encomienda de la humanidad - especialmente de Rusia y Ucrania - al Inmaculado Corazón de María, que el Papa Francisco pronunciará al final de la Liturgia de la Penitencia en la Basílica de San Pedro, en la tarde del viernes 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor a María.

 

Consagrar a María, Madre de pueblos, para unir a sus hijos

 

P. Alexandre Awi Mello, ISch

Secretario del Dicasterio de Laicos, Familia y Vida y Consejero de la Pontificia Comisión para América Latina

 

Desde el inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania, Papa Francisco no escatimó esfuerzos para tratar de detener la guerra y sensibilizar a los gobernantes para que busquen incesantemente la paz. Estos esfuerzos van acompañados de una convocatoria al Pueblo de Dios para que recen, ayunen y sean solidarios con los que más sufren en este momento dramático.

En ese contexto se entiende el acto de consagración o entrega de la Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María el 25 de marzo, día de la Anunciación del Señor, convocado por el Papa Francisco. El CELAM y los obispos de todo el mundo respondieron diligentemente a la invitación del Papa, uniéndose a él en ese gesto tan significativo.

Desde nuestros pueblos

De hecho, los pueblos de América Latina tienen una especial sensibilidad para entender esta convocatoria, pues – en palabras de San Juan Pablo II – “se puede decir que la fe y la devoción a María y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos”, cuya piedad popular es “indisolublemente mariana” (Homilía en el Santuario de la Virgen de Zapopán, 30 de enero de 1979). En momentos de dificultad, angustia o peligro nuestros pueblos recurren espontáneamente a la protección de la Virgen María, entregándose confiadamente a ella, para que ella interceda junto a Jesús por todas sus necesidades.

En la historia nacional y religiosa de los pueblos latinoamericanos fueron frecuentes distintos tipos de acto de consagración a la Virgen, sea por parte de los colonizadores sea por los pueblos autóctonos. Se puede mencionar el voto de Bernardo O’Higgins a la Virgen del Carmen en Chile, o la entrega de la patria a la Virgen de Luján por parte de los próceres argentinos.

San Juan Pablo II explicaba que, en la piedad de nuestros pueblos, “María Santísima ocupa el mismo lugar preeminente que ocupa en la totalidad de la fe cristiana. Ella es la madre, la reina, la protectora y el modelo. A ella se viene para honrarla, para pedir su intercesión, para aprender a imitarla, es decir para aprender a ser un verdadero discípulo de Jesús… Lejos de empañar la mediación insustituible y única de Cristo, esta función de María, acogida por la piedad popular la pone de relieve” (Homilía en el Santuario de la Virgen de Zapopán, 30 de enero de 1979).

¿Qué significa consagrar a María?

De esta forma, un acto de consagración a María – actualmente llamado más precisamente acto de entrega o de dedicación – puede ser realizado de forma personal o comunitaria. San Luis María Grignion de Montfort prefería definirlos como “consagración a Cristo por manos de María” como forma consciente y subjetiva de renovación del Bautismo, es decir, de la “consagración bautismal”.

Desde el punto de vista teológico, el Directorio de Pastoral Popular y Liturgia explica que “a la luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de ‘consagración’ es el reconocimiento consciente del puesto singular que ocupa María de Nazaret en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del valor ejemplar y universal de su testimonio evangélico, de la confianza en su intercesión y la eficacia de su patrocinio, de la multiforme función materna que desempeña, como verdadera madre en el orden de la gracia, a favor de todos y de cada uno de sus hijos” (DPPL, n. 204).

Desde los papas y los obispos

Momentos como éste se han repetido en la historia reciente de la Iglesia. Como es sabido, el 13 de julio de 1917, la Virgen María en Fátima habría pedido la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Juan Paulo II consagró el mundo a María en diversas ocasiones, y la Hermana Lucía, una de las videntes de Fátima, confirmó personalmente que el acto realizado por él el 25 de marzo de 1984 correspondía al pedido de la Virgen.

Pero el Papa polaco no había sido el primer pontífice en realizar un acto de ese tipo. Antes de él, Pío XII consagró la Iglesia y el género humano al Corazón Inmaculado de María (cf. Radiomensaje, del 31 de octubre de 1942), y, diez años después, consagró específicamente Rusia al Corazón Inmaculado de María (cf. Carta apostólica Sacro vergente anno, del 7 de julio de 1952). Pablo VI también lo hizo refiriéndose a toda la humanidad (cf. Exhortación apostólica Signum magnum, del 13 de mayo de 1967).

Muchos obispos, también, han realizado y siguen realizando el acto de consagración de sus pueblos a María en momentos de dificultad y sufrimiento. El episcopado libanés, por ejemplo, consagró el Líbano el 25 de marzo de 2017 en Fátima, y en el mismo santuario 24 países fueron consagrados a la Virgen el 25 de marzo de 2020. Incluso el mismo Cardenal Bergoglio realizó este acto en su Arquidiócesis el 1 de julio de 2002: “Querida Madre Nuestra, Virgen de Luján. A tu inmaculado corazón maternal consagro esta ciudad de Buenos Aires. Te consagro a cada uno de sus hijos. Tú nos conoces bien y sabemos que nos quieres mucho” (Consagración de Buenos Aires a la Virgen de Luján al finalizar la celebración de la Solemnidad de Corpus Christi, 1 de junio de 2002).

María en medio de los pueblos

En verdad, al Papa Francisco le gusta decir que “en medio del pueblo siempre está María” (Evangelii gaudium, n. 284). De hecho, los pueblos evangelizados logran reconocer el lugar singular que ella ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia, la ven como modelo de las virtudes evangélicas y expresan plena confianza en su intercesión y cuidado maternal.

Ucrania y Rusia son pueblos evangelizados. María se encuentra allí y actúa como madre, modelo e intercesora, tanto para ucranianos como para rusos. La consagración de estos pueblos a la Virgen es una oración de entrega, de intercesión por el bien de ambos pueblos y de todo el mundo, pues la paz es un bien para todos. No es un acto político, sino religioso, que tiene incluso un carácter ecuménico.

Es un gesto pensado para construir puentes. Los cristianos ortodoxos – muy presentes en ambos países – son tan marianos, o incluso más marianos que nosotros latinos. En Evangelii gaudium, el Papa Francisco recuerda que María “comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica” (EG 286). Ella es, de hecho, parte de la identidad cristiana del pueblo ruso y del pueblo ucraniano.

Bajo el manto protector de la Madre de todos

Como “Madre de todos”, María es capaz de unir a los pueblos. Como dice un texto que el Papa Francisco ayudó a escribir, el Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM en Aparecida (2007): “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere ‘alma’ y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión” (DAp 268).

Una comunión que se construye, por lo tanto, bajo el manto protector de María. De hecho, en diversas ocasiones Francisco ha comentado que “le llega mucho” y recomienda rezar con frecuencia “la primera antífona mariana de Occidente Sub tuum praesidium (‘Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios’)”. Y el Papa la une espontáneamente a “una antigua tradición de los místicos rusos”, que enseñan que “en los momentos de turbulencia espiritual, no queda otra que acogerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios” (cf. Audiencia en el Centenario de Movimiento de Schoenstatt, 25 de octubre de 2014).

Ese manto protector es llamado de “pokrov” en la tradición ucraniana, que Bergoglio conocía bien en Argentina. En efecto, en su ciudad natal, se halla la sede de la Eparquía Ucraniana Pokrov. Más que nunca esas referencias se hacen actuales y urgentes: es hora de seguir el consejo de los monjes rusos en este momento de turbulencia humana y espiritual, y de ponernos como los ucranianos bajo el “pokrov” de la Virgen María implorando que cese la guerra entre estos pueblos hermanos y prevalezca el amor y la paz.

 

Texto en Portugués

 

 

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La Santa Sede ha publicado el texto de la oración de Consagración y encomienda de la humanidad,

El Papa ha pedido a todos los obispos y sacerdotes del mundo que se unan a él en esta oración.

En la especial cercanía de la virgen María en el caminar de los pueblos latinoamericanos, nos sentimos en íntima unión con el Santo Padre y con toda la Iglesia en este momento.

 

TEXTO DE LA CONSAGRACIÓN

 

"Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.

 

Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.

 

En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.

Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.

 

Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.

 

Acoge, oh Madre, nuestra súplica.

 

Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.

Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.

Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.

Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.

Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.

Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.

Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.

Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.

 

Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.

Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.

 

Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.

 

Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén."