EL “CLERICIDIO” MEXICANO: 26 SACERDOTES ASESINADOS, TODOS LOS CRÍMENES IMPUNES.

Mientras López Obrador asume la presidencia de México para los próximos seis años, la Iglesia hace un balance de los homicidios de los últimos años.

Redacción CAL
03/01/2019
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Primer_encuentro_iberoamericano

 

Presentamos a continuación la traducción de un artículo publicado por el periodista Alver Metalli el 29 de diciembre de 2018 sobre la cruda realidad del asesinato de sacerdotes en México, que la presenta en su desarrollo desde los últimas dos décadas hasta el presente 2019.

 

Alver Metalli/Ciudad de México

Al finalizar el año 2018, como se viene haciendo desde hace unos años, el Centro Católico Multimedial de la Ciudad de México -el observatorio que se dedica a tomar nota de las víctimas y de la intimidación entre el clero de la capital mexicana- presenta el balance de los asesinatos de sacerdotes ocurridos en el país. Y como cada año las cifras no nos dejan indiferentes.

En los últimos seis años, en el período de la presidencia Lic. Enrique Peña Nieto que apenas terminó (2012-2018), fueron 26 los sacerdotes asesinados, y otros dos que se tienen como desaparecidos sin saber si se encuentran vivos o muertos. Omar Sotelo, el religioso de la Sociedad de San Pablo que elabora el reporte y tiene la contabilidad de los muertos, suministra también el número de víctimas de sacerdotes en los períodos presidenciales precedentes.

En la de Felipe Calderón, que gobernó México de 2006 a 2012 fueron asesinados 17 sacerdotes, o sea, nueve menos respecto a los actuales. Echando la vista un poco más atrás, durante el sexenio de Vicente Fox, presidente del 2002 al 2006, las víctimas de la violencia contra religiosos fue de 4, mientras que bajo el mandato de Ernesto Zedillo, que gobernó el país Azteca de 1994 al 2000, fueron asesinados tres sacerdotes. Como se puede apreciar, la progresión durante la última década ha sido notable, con un salto de mortalidad clerical que se produce en torno al año 2010, cuando el presidente Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), emprende una verdadera guerra contra el narcotráfico de la cual, al final de su mandato, reconoce su fracaso.

La comparación de la violencia contra sacerdotes en México da la impresión de ser aquella que se vivió a manos de las tropas del general Plutarco Elías Calles durante la llamada Cristiada, o sea, la sublevación católica que hace temblar el poder mexicano en el trienio 1923-1926. Las razones de los sacerdotes asesinados en aquellos años de persecución abierta varían mucho unas respecto a las otras. El historiador por excelencia de la guerra cristera, Jean Meyer, habla de 125 asesinados por las tropas federales, la mayoría de ellos fusilados en sus iglesias en las que estaban asignados como pastores. El mismo presidente Calles admitió a principios de 1928, en una entrevista al periódico londinense Daily Express, de haber mandado fusilar a 50 sacerdotes. Un estudio reciente conducido por el sacerdote mexicano Juan González Morfín, habla de 91 muertes, y de todos ellos, González Morfín  (autor de numerosos libros sobre las relaciones Iglesia-Estado en México) proporciona nombres y apellidos de todos ellos y otros datos. Sin embargo, la comparación fue hecha con el sangriento levantamiento que incendió medio México combatido por manos militares, con dos ejércitos contrapuestos y con una gran diferencia en la consistencia y eficacia militar.

El padre Omar Sotelo no solo se limita a poner al día año tras año las cifras de la más grande masacre contemporánea de religiosos en una situación no bélica, sino que extrae también las razones de las biografías y de las modalidades con las que los sacerdotes fueron asesinados. Las expuso sin pelos en la lengua al principal semanario mexicano Proceso, que pertenece a una matriz cultural que no es precisamente indulgente con la Iglesia en general y con los católicos mexicanos en particular. Sotelo hace notar en la entrevista que el inicio de los asesinatos contra sacerdotes coincide con la guerra al narcotráfico declarada por la presidencia de Felipe Calderón después de haber tomado las riendas del País en 2006. Pero en seguida precisa que no pueden ser consideradas “víctimas colaterales” de la lucha entre el Estado y los Carteles de narcotraficantes o del crimen organizado en general, que se dedican también a la trata de personas, a la prostitución y al comercio de migrantes.

Frente a la pregunta sobre el porqué se ataca a un clérigo, Sotelo responde sin exaltarse: “Porque el sacerdote es una especie de estabilizador social; en su parroquia se proporciona no solamente ayuda espiritual, sino también educativa, de alud, de derechos humanos y asistencia a los migrantes. El crimen organizado sabe bien que matar a un sacerdote provoca desestabilización en la comunidad, sembrando miedo y por lo tanto un clima favorable para actuar sin contrapesos”. Para Sotelo no es casual, ya sean los sacerdotes o los periodistas - dos entidades que generan opinión pública – estén en la mira del crimen organizado y de los narcos. Según el paulino (autor de “Tragedia y Crisol del sacerdocio en México”, el mensaje que se envía es muy claro: “Si puedo matar al sacerdote, puedo matar a cualquiera”.

El director del Centro Católico Multimedial ha acuñado un término eficaz para sintetizar la condición del clero de su país: “clericidio”, o sea, un continuo asesinato de sacerdotes eliminados simplemente por ser sacerdotes, así como sucedía hace casi un siglo en el curso de la rebelión cristera para debilitar a la Iglesia. “Estamos de frente a un “clericidio”, no se puede llamar de otro modo”, declara al Semanario Proceso en la edición de esta semana, “pero sumando a estos crímenes una gran ferocidad: primero secuestran a los sacerdotes, los someten a fuertes torturas y al final los matan”. Pero no termina ahí, sino que son ultrajados después del asesinato. “Después de la muerte, llega la difamación, cuyo objetivo es criminalizar al sacerdote, acusándolo de ser un pederasta, un disoluto o de estar coludido con el narco. Para las autoridades que indagan sobre estos casos esto representa una vía fácil, ya que terminan por decir: “Lo mataron porque se lo buscó”. Y así, el caso queda archivado y los crímenes permanecen impunes”.

La impunidad es otra cuestión que impresiona al leer el reporte de finales de 2018. “Existen investigaciones en curso, sospechas, personas que han sido detenidas y después liberadas, declaraciones no clasificadas que resultan perdidas en los laberintos de una burocracia judicial que no da ninguna confianza ni certeza”, pero ninguno de los autores de los asesinatos de sacerdotes ha sido identificado, procesado o condenado como culpable”. Del resto, hace notar el director del Centro Católico Multimedial, los párrocos son un “objetivo fácil” para las bandas criminales porque tienen una “vida solitaria” y deben cuidar comunidades muchas veces aisladas “sin ninguna medida de seguridad”.

También por ello la Iglesia mexicana redactó el año pasado un vademecum con un buen número de recomendaciones, como la de no estar de noche en la calles, evitar los pequeños pueblos aislados y alejados de los centros urbanos, no desplazarse solo, inclusive el uso de chalecos antibalas y de guardaespaldas. Un buen número de sacerdotes mexicanos lo siguen al pie de la letra, o al menos hasta donde se puede, considerando su ser sacerdotal que en el contacto con el prójimo encuentra su razón de ser.