EL LARGO CAMINAR DEL CARDENAL PIMIENTO: MÁS DE UN SIGLO DE VIDA, DE DONACIÓN SACERDOTAL, CASI 101 AÑOS CON ACENTO COLOMBIANO Y UNIVERSAL

“LA VIDA ES UNA INVITACIÓN A TRABAJAR, Y EN MI CASO, A TRABAJAR EN EL MINISTERIO”

Redacción CAL
20/09/2019
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CARDENAL_PIMIENTO

 

Nació en sencilla cuna en 1919, con la herencia del trabajo de su padre y la piedad sin límites de su madre, con el signo de la vida del pobre que tanto tiene de ser naturalmente sacrificada, con la determinación del que se siente frágil pero cierto en el amor de Dios.

Salió de su pueblo caminando hacia el Seminario, acompañado por un hermano que le ayudó a llevar un pequeño baúl con sus pocas pertenencias, y con dos jornadas de camino, por no haber salido nunca antes del entorno de su pueblo.

José de Jesús Pimiento Rodríguez comenzó su caminar con la certeza de su fragilidad, sostenida desde sus tiempos de formación por la timidez, la obediencia y la disciplina. Ya ordenado, su primer encargo como sacerdote fue como profesor, por su capacidad sobresaliente para la enseñanza y la instrucción.

Con solamente 14 años de ejercicio del ministerio sacerdotal fue ordenado obispo. Fue acuñando en su caminar, desplazándose, en lo que él mismo llamaba "el don y misterio que ha colmado mi humilde peregrinación en el tiempo”, siempre entusiasta de la causa de Dios.

Conoció a siete papas - Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco -, y como obispo desde la muy pronta edad de 36 años, tuvo la oportunidad de participar personalmente en las cuatro largas sesiones del Concilio Vaticano II celebrado en Roma entre 1962 y 1965, que lo marcó fundamentalmente en el amor a la Iglesia. Decía que “el Concilio fue un gran acontecimiento personal y la universidad de mi vida, porque allí amé más a la Iglesia” y después “cuando regresé, comencé a aplicar sus pautas, con todas las dificultades y resistencias que siempre ha tenido”. Tal vez por ello se identificaba tanto con el santo Papa Pablo VI “fragilidad en lo físico pero poderoso espiritualmente” a quien reconocía haber actuado con serenidad, respeto y ponderación, sin imponer conceptos ni dogmas, pero sobre todo, porque aplicó el Concilio Vaticano II en su propia vida.

En la misma exigencia con la vida cristiana no creyó nunca que fuera de medianías, ya que en la organización, en la enseñanza sobre el caminar histórico en la realidad se expresaba y dirigía sin tapujos, corrigiendo y animando en el compromiso espiritual a todos, pero especialmente en la cercanía con los sacerdotes.

Caminar que le llevó a tener un papel protagónico no solamente en el entorno de las diócesis en las que fue obispo sino también en la Conferencia Episcopal colombiana durante seis años y en la realización de las conferencias generales del Episcopado Latinoamericano celebradas en Medellín (Colombia), Puebla (México) y Santo Domingo (República Dominicana).

Con la inteligencia que no se instala en las dignidades supo llevar una vida austera y sencilla, pero efectiva, concreta y traducida en el lenguaje transparente que mira a las cosas como están en el mundo y mira al mismo tiempo a las cosas de Dios, al lenguaje que hace claro el camino e interpela a todos.

Ya en el último momento periodo de su vida cuando tenía 96 años, plenificándose en el lugar donde Dios lo había puesto siempre, en el desgaste que es entrega, recibió el nombramiento como Cardenal por parte del Papa Francisco, que decía en el momento del anuncio en la plaza de san Pedro en Vaticano: “Por su caridad pastoral, sus servicios a la iglesia y su testimonio de amor a Cristo y al pueblo de Dios”

Tal vez algunos piensan que son las paradojas de la historia, pero más bien son los ecos de una vida que regresan las palabras dichas en el camino, andando, en la cotidianeidad de tantos años vividos en la fidelidad al ministerio, al servicio en la Iglesia… “se necesitan modelos que actúen como educadores, y que no hay que reservarse del mundo, sino más bien cambiarlo” – decía -  “… estamos en el mundo, que es lo que dijo Jesús, pero tenemos que hacer del mundo una vivienda digna, un espacio donde se respeten los derechos fundamentales de los seres humanos”.

Como el que habla claro y sencillo, firme y desde las convicciones de pastor, nunca quedándose a la vera del caminar en la Iglesia.

En la celebración de sus 100 años de vida decía: “La palabra de Dios nos habla de la vida perfecta, y que para alcanzar la vida gloriosa hay un largo proceso, pero que debemos inspirarnos en la vida contemplativa, persiguiendo la libertad y la responsabilidad”.

"Hoy Dios nos llama a la gratitud. Doy gracias por tantas maravillas, por el don de la vida. Sean benditos mis padres y quienes me han educado, amado y dado su confianza y amistad. Cuánta esperanza he recibido en este mundo, en el que todo llega y todo termina y se desvanece. Cómo agradecerte, Señor, el don de la vida natural, haber sido formado en el sacerdocio y tener el honor de haber sido ministro de la Arquidiócesis".

Las voces no se apagan sino que siguen siendo eco de Dios y que resuenan en los corazones de quienes se mueven juntos, relacionados, como testigos en la santidad que se comparte silenciosamente, cotidianamente. Su vida se fue consumiendo como una vela que nunca deja de iluminar el 3 de septiembre pasado.

Haciendo de la cruz su propia vida en su camino de santidad se refería en el ocaso de su vida a la carta de san Pablo a la comunidad de Filipos (Flp 1, 21) “para mí la vida es Cristo, y el morir una ganancia".