El sacerdocio de la Nueva Alianza

Publicación de la obra de Su Excelencia Mons. Mario Moronta Rodríguez, Obispo de San Cristóbal, Venezuela, la cual constituye un excelente manual sobre la teología del sacerdocio.

Redacción CAL
26/01/2018
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A continuación publicamos la presentación al libro hecha por el Cardenal Zenon Grocholewski, Prefecto Emérito de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica:

1. La persona y la figura de Jesucristo ha fascinado desde siempre a sus discípulos y a los no creyentes. Ya en el Nuevo Testamento, en continuidad con los textos veterotestamentarios, encontramos las primeras declaraciones que posteriormente darán la fundamentación teológica de la cristología. Jesucristo en los textos bíblicos es Señor, Mediador, Redentor, Salvador. Cristo es verbo y pan; es Camino, Verdad y Vida. Jesús es el Enviado, el Maestro, el Buen Pastor, el Único Sumo Sacerdote, etc. Posteriormente, la Tradición y el Magisterio analizarán y profundizarán cada uno de los títulos y misterios de la vida de Cristo hasta llegar a afirmar con certeza que Jesús es el Único en todo sentido. Él es el único Mediador, el único Redentor, el único Salvador, etc. Gracias a su acto redentor, como nos dirá san Juan Pablo II, «Dios ha entrado en la historia de la humanidad y en cuanto hombre se ha convertido en «sujeto» suyo, uno de los millones y millones, y al mismo tiempo Único» [1]. De ahí que, «el Magisterio de la Iglesia, fiel a la revelación divina, reitera que Jesucristo es el mediador y el redentor universal [...]. Esta mediación salvífica también implica la unicidad del sacrificio redentor de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote» [2].

2. Bajo esta perspectiva de la unicidad y universalidad del misterio salvífico de Jesucristo, surge el presente Manual de teología del Sacerdocio, El Sacerdocio de la Nueva Alianza, escrito por S.E.R. Mons. Mario del Valle Moronta Rodríguez, Obispo de San Cristóbal en Venezuela. En sus páginas se encuentra la necesidad de reafirmar y de subrayar que Jesús es el Único y Eterno Sacerdote. Él es el «Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios» (Hb. 2,179, que «aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer» (Hb. 5,8), convirtiéndose en «el garante de una alianza superior» (Hb 7,22) y «obteniéndonos así una redención eterna» (Hb. 9,12), cumpliéndose de esta manera la gran promesa hecha por Dios Padre de constituirnos a todos como un reino de sacerdotes por medio de su único Hijo Jesús (Cf. Ex. 19,6; iPe 2,5-9! Ap. 1,6; 5,10).

3. Por esta razón el Manual abarca el estudio del sacerdocio de Jesús, tomando en cuenta los diferentes espacios con los cuales este se relaciona. Desde el Único sacerdocio de Cristo se entiende y se contempla el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial, que «aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro» [3]. El único sacrificio de Cristo Sacerdote se superpone sobre cualquier otro sacerdocio en las otras religiones e inclusive en el Antiguo Testamento. Se preguntaba el papa Benedicto XVI: «¿en qué sentido Jesús es sacerdote? Nos lo dice precisamente la Eucaristía. Podemos tomar como punto de partida las palabras sencillas que describen a Melquisedec: “ofreció pan y vino” (Gn. 14,18). Es lo que hizo Jesús en la última Cena: ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y resumió toda su misión [...] Se convirtió en sumo sacerdote porque él mismo tomó sobre sí todo el pecado del mundo, como “Cordero de Dios”. Es el Padre quien le confiere este sacerdocio en el momento mismo en que Jesús cruza el paso de su muerte y resurrección. No es un sacerdocio según el ordenamiento de la ley de Moisés (Cf. Lv 8-9), sino “según el rito de Melquisedec”, según un orden profético, que sólo depende de su singular relación con Dios» [4].

4. Habiendo asentado las bases bíblicas y teológicas del Único Sacerdocio de Jesucristo, el Manual enfrenta algunas realidades no menos importantes como son la identidad y el quehacer del sacerdote, sus problemas e inconvenientes, subrayando la unión indisoluble que existe entre la identidad del ministro ordenado y su configuración a Cristo Sacerdote. Jesús preparó e instituyó a los Doce para que estuvieran con Él (Cf. Me. 3,14) y, por lo tanto, «el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo» [5]. No podemos, sin embargo, olvidar la advertencia que recientemente nos hacía el papa Francisco: «La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza - es decir, como fuente capital de la gracia - no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto» [6]. Precisamente desde la humildad sacerdotal, el presente Manual profundiza sobre los grados del Orden Sacerdotal, ampliando las bases bíblicas, teológicas, litúrgicas, pastorales y canónicas de cada uno de esos grados.

5. Concluyendo, quisiera subrayar la importancia del capítulo dedicado a la Eucaristía y el Sacerdocio. En él no sólo se hace una evolución histórica de la relación de ambos sacramentos sino que se resalta y se profundiza sobre la eclesiología eucarística. «La Eucaristía, siendo la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia, exige que se celebre en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión. De modo especial, por ser “como la consumación de la vida espiritual y la finalidad de todos los sacramentos”, requiere que los lazos de la comunión en los sacramentos sean reales, particularmente en el Bautismoy en el Orden sacerdotal» [7]. Esta comunión nos invita a mirar el sacramento de la reconciliación y el ministerio ordenado, como don de Dios a su Iglesia.

Finalmente, la Virgen María, Madre del Único y Sumo Eterno Sacerdote es contemplada, concluyendo el presente Manual, como Madre de la Iglesia y modelo para los sacerdotes ordenados.

Agradezco a S.E.R. Mons. Mario Moronta por el precioso Manual de teología del Sacerdocio que ofrece a la Iglesia de San Cristóbal y de Venezuela. Aconsejo vivamente su lectura y su reflexión, no sólo para la formación de los futuros sacerdotes, sino que también para la formación permanente de los presbíteros y para el crecimiento formativo de los fieles laicos pues, recordando a nuestros amados Pontífices, debemos afirmar que el Ministro Ordenado y la Iglesia tienen siempre necesidad de ser evangelizados, si quieren conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio [8]. Con mi bendición.

Zenon Card. Grocholewski

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[1 Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemtor hominis, 4 de marzo de 1979, n.i.

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 6 de agosto de 2000, n.11.

[3] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 21 de noviembre de 1964, n.10.

[4] Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, 3 de junio de 2010.

[5] Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992, n.12.

[6] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n.104.

[7] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003, n.38.

[8] Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nimtiandi, 8 de diciembre de 1975, n.15; Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992, n.26; Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n.164.