Homilía del Cardenal Marc Ouellet en la Misa de Jubileo matrimonial por los 50 años del Prof. Guzmán Carriquiry y su esposa, Lídice Gómez Mango, celebrada en la Basílica de san Pedro y presidida el Santo Padre Francisco

Redacción CAL
05/07/2019
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El jueves 27 de junio se celebró, presidida por el Santo Padre Francisco, en el altar de la Cátedra de la basílica de san Pedro, la Misa Jubilar por los 50 años de matrimonio del Prof. Guzmán Carriquiry y su esposa.

Compartimos a continuación la homilía pronunciada por el Cardenal Marc Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina.

 

« Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora »

Queridos amigos

“Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”

  Queridos hermanos y hermanas, ¿quién se atreverá a contradecir que la Santa Virgen haya obtenido hoy para Guzmán y Lídice, en estas bodas de oro vaticanas, el mejor vino de su existencia matrimonial y familiar? Esta buena madre, muy venerada por nuestros amigos que provienen de una tierra marcada por el laicismo, intervino en la complicidad del Siervo de los siervos de Dios no solo para salvar una fiesta de bodas, como en el Evangelio, sino para honrar a todas las familias.

  El sucesor de Pedro, Servidor principal en la mesa de este banquete nupcial, ofrece aquí de hecho un testimonio seguro de amistad personal, y con motivo de la dignidad universal de su oficio transforma esta fiesta de familia en un homenaje a todas las familias, estas familias de toda edad y condición que él ama intensamente, que no deja de exhortar al gozo del amor, a la confianza en la vida y a una fecundidad misionera que vaya más allá de los límites del hogar doméstico.

  ¿No es acaso esta fiesta la maravillosa coronación para una familia venida, también ésta, desde el fin del mundo hace 48 años, que ha crecido a la sombra de la cúpula de San Pedro y que ha servido a la causa de las familias bajo los pontífices, desde Pablo VI hasta el Papa Francisco? Juan Pablo, el primogénito, tenía apenas un año y medio cuando llegaron en diciembre de 1971, las tres hijas María Pía, María Leticia y María Sofía, nacieron en Roma y comparten con sus padres esta bella devoción mariana que Guzmán, colega mío por 7 años como Secretario en la Vicepresidencia de la Pontificia Comisión para América Latina, siempre ha manifestado con una veneración muy especial por Nuestra Señora de Guadalupe.

  “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestro pensar, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12,2). Este pasaje de la Carta a los Romanos fue escogido por la pareja para la celebración del matrimonio en 1969. Eso ha inspirado toda su vida y ha guiado su fidelidad, el modo de educar a sus hijos y su apostolado para la Iglesia universal, en particular en los innumerables servicios conocidos y desconocidos del padre de familia como Subsecretario del Pontificio Consejo de laicos.

  Han sido necesarias la humildad, la paciencia, la perseverancia en la oración y mucho amor conyugal y familiar para encarnar la gracia que han recibido en la celebración del sacramento y que los ha acompañado en el curso de estos 50 años de admirable fidelidad. La exhortación Paulina ha dado fruto en ellos y en torno a ellos, a tal punto que su casa bien ha recibido el noble nombre de Iglesia doméstica, porque su vida conyugal y familiar ha estado y permanece centrada siempre en Cristo, el Esposo de la Iglesia, que todas las parejas reconocen cuando se unen en la Iglesia y se dejan transformar por la gracia del sacramento del matrimonio.

  Reconozcamos el excepcional recorrido de esta pareja formada en la época de sus estudios universitarios en Montevideo y que ha llegado a ser misionera en el corazón de la cristiandad bajo la llamada de los Soberanos Pontífices, una familia poco a poco constituida y transformada como referencia, investida de una misión de discernimiento, de consejo y de memoria viva de los últimos 50 años de la Iglesia. Es imposible contabilizar todo aquello que esta pareja y que esta familia ha podido representar como inspiración, orientación, confirmación de las enseñanzas de los cinco últimos pontífices. Dejamos el juicio al Patrón de la Viña que ha sabido someterlos al crisol de la Cruz para dar mayor fruto al servicio del pueblo de Dios.

  Me permito aquí subrayar un rasgo de la espiritualidad de los Carriquiry que es significativo de su fecundidad personal y eclesial: la hospitalidad. Si esta tarde estamos aquí en tan grande número, amigos, laicos, religiosos y prelados, es debido a una excepcional cualidad de acogida, de generosidad y de amistad, que ha permitido a muchos de nosotros de encontrarnos en su casa, de entretejer nexos y relaciones que han permanecido vivos en el tiempo. A nombre de muchos de ustedes deseo expresar nuestra sincera gratitud por esta hospitalidad que nos ha hecho gustar el afecto de una familia y el sabor de la vida cristiana, vivida en armonía, no obstante todos los retos del tiempo presente.

  ¿Cuál ha sido su secreto?, podríamos preguntarles con respeto y admiración. Estaríamos encantados de escucharlos, pero ningún discurso vale el testimonio sacramental de una pareja fiel a lo largo de 50 años, que anuncia así la gloria del Reino de los Cielos que ya obra desde aquí. Y el embeleso que se nos espera en la consumación de los siglos.

  ¿De dónde puede provenir esta alegría y está embriaguez, si no es del mejor vino con el cual el Maestro ha bendecido un día el cáliz de la salvación con estas maravillosas palabras que no dejan de embriagarnos: “Ésta es mi sangre”?  Guzmán y Lídice, yo tengo la certeza de que este vino Sagrado es su secreto desde siempre, este vino conseguido por la Madre de Dios y que ha sido confiado a los siervos de Dios para alegrar y embriagar el corazón del hombre y de la mujer, unirlos, hacerlos fecundos, irradiantes, sobre el ejemplo de tantos santos y santas elevados al honor de los altares.

  Éste es el mejor vino que esta tarde se ofrecerá por las manos del Sucesor de Pedro, que pronunciará las Palabras del Maestro, estas palabras que no tienen igual, y que elevan a la dignidad de comensales de la Santa Trinidad.

  Felicidades, queridos amigos, y gracias por su vida irradiante de sabiduría, de paz y de Evangelio. Vuestra historia de salvación al lado de la tumba de los Apóstoles permanece como una luz y una consolación sobre el camino de la Iglesia: tantas familias les agradecen esta tarde por ser reconocidos en ocasión de estas bodas de oro memorables.

  Porque la gloria de Cristo es nuestra defensa y su luz nuestra Esperanza, damos con Él gracias a Dios, y ofrezcámonos por su misericordia como Ostia viva, santa y agradable a Dios.  Éste es el culto espiritual que todos queremos vivir en unión con Él, en la renovada búsqueda de la santidad siguiéndole a Él.

¡Amén!

+ Card. Marc Ouellet

 

N.B. Los textos de la Santa Misa se refieren a Rom 12, 1-2.9-18; Sal 32.12.18.20-2; Jn 21-11.