Redacción CAL
02/04/2019
Print Mail Pdf

Ideologia_de_genero

 

¿Qué tanto comprendemos la homosexualidad? ¿Es posible interpretar la condición gay desde una perspectiva personalista y en comunión con la Iglesia? ¿Qué desafíos existen ante la irrupción de las teologías homosexuales?

Jorge Traslosheros, académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, conversa con Rodrigo Guerra López, Director del Centro de Investigación Social Avanzada (www.cisav.org). Ambos reflexionan sobre las razones para volver la mirada a la aún muy desconocida teología del cuerpo y del amor humano, desde la perspectiva del personalismo que Karol Wojtyla desarrolla en lo que quizás es su obra cumbre, ‘Hombre y mujer los creó’.

 

JORGE TRASLOSHEROS:

Hablar sobre homosexualidad siempre ha sido difícil. Ya sea por prejuicios, ya sea por ignorancia, ya sea por los mil y un supuestos que se encuentran larvados en el tema.

¿Cuál crees que sea la razón principal por lo que este tópico resulta arduo tanto en una conversación privada como en el debate público?

RODRIGO GUERRA: Tengo la impresión que la homosexualidad no es un tema fácil en primer lugar porque quién escucha una opinión sobre esta cuestión – cualquiera que esta sea – fácilmente adopta una actitud de caza, es decir, de asalto para colocarse a favor o en contra sin antes haber entendido siquiera de qué se está hablando realmente. Si a esto le sumamos los consabidos prejuicios y tabúes sobre la sexualidad humana y los intereses políticos que de repente entran en juego, la cuestión se torna realmente compleja.

JORGE TRASLOSHEROS: Al interior de la Iglesia tampoco es fácil abordar el tema…

RODRIGO GUERRA: Así es. De buena fe muchas personas también en la Iglesia eluden el estudio y la comprensión profunda de la homosexualidad y prefieren repetir lo que consideran “seguro” o “políticamente correcto” aunque en términos reales resulte incompleto o poco fundado. No me refiero únicamente a algunos sectores conservadores, sino también a algunas personas y grupos que afirmándose como “liberales”, “abiertos”, “progresistas”, “de izquierda” exhiben falta de seriedad en sus juicios a través de simplificaciones excesivas.

JORGE TRASLOSHEROS: ¿Cuáles son las cosas que conviene entender previamente antes de ingresar a la discusión sobre la homosexualidad?

RODRIGO GUERRA: Soy de la opinión que lo primero es comprender que la palabra “homosexualidad” se refiere a un cierto tipo de preferencia sexual que puede tener diversas etiologías, es decir, diferentes causas. Por ello, suelo privilegiar la idea de que no existe “la homosexualidad” sino “las homosexualidades”. Las causas en todos los casos son complejas y multifactoriales. Las investigaciones en este terreno me atrevo a decir que aún son incipientes y requieren de mayor profundización interdisciplinar. Nos movemos sobre todo en el terreno de grandes hipótesis. Así, algunas modalidades de homosexualidad parecen tener un origen principalmente biológico: son las homosexualidades que parecen construirse a partir de factores prenatales como el momento de diferenciación del hipotálamo, la importancia que posee el estrés de la madre en el desarrollo intrauterino del bebé o la exposición prenatal a elevados niveles de estrógeno. Otras investigaciones han lanzado hipótesis sobre factores cerebrales. Los estudios de Simon LeVay son un ejemplo de ello. En particular este autor ha recibido severas críticas por algunas deficiencias metodológicas en sus exploraciones. Más recientes y prometedoras son las investigaciones de Byne y Swaab. Así mismo, existen algunas personas que consideran que algunas homosexualidades proceden de un cierto desequilibrio endócrino. Sin embargo, esta última línea de investigación ha caído casi en desuso por falta de evidencia empírica. Los homosexuales por lo general no suelen presentar una diferencia hormonal significativa respecto de los heterosexuales.

JORGE TRASLOSHEROS: Además de los factores biológicos, qué otros factores podrían considerarse al momento de explorar las causas de la homosexualidad.

RODRIGO GUERRA: Existen algunos tipos de homosexualidad que suelen ser explicados por vía de una aproximación psicoanalítica. Quienes tienen una mayor formación freudiana suelen interpretar a estas homosexualidades como un tipo de fijación en una etapa inmadura de desarrollo. Es el tema del “complejo de Edipo negativo” en el que el niño ama al padre del mismo género y se identifica con el progenitor de género opuesto. Irving Bieber continuando con esta tendencia logró identificar en diversos casos un cierto patrón: una madre dominante y un padre pasivo o débil. Así surgió la noción de “madre homoseductora” para explicar algunas modalidades de homosexualidad masculina. También interesante en este autor fue el descubrimiento de graves trastornos en las relaciones entre algunos varones homosexuales y su padre. El hijo homosexual alcanza la vida adulta odiando y temiendo a su padre aunque simultáneamente deseando su amor y afecto. Estas investigaciones han sido criticadas en parte porque no distinguen nítidamente la diferencia entre identidad de género y orientación sexual. Sin embargo, algunos de sus resultados no deben ser menospreciados.

Otras homosexualidades suelen ser explicadas de manera más idónea por vía de un acercamiento basado en la dinámica de los aprendizajes motivados por recompensas o castigos. Por ejemplo, una persona que tiene experiencias heterosexuales tempranas muy desagradables o experiencias homosexuales tempranas satisfactorias puede desarrollarse hacia la homosexualidad. Los experimentos con animales han mostrado muchas veces este tipo de comportamientos. Sin embargo, vale la pena reconocer que esto no resulta principalmente explicativo en el común de los casos de lesbianismo humano como señalan los estudios de Bell.

Existen además acercamientos a la etiología de la homosexualidad articulados por la interacción de factores biológicos y experiencias ambientales como los estudios de Daryl Bem. Un aporte interesante de Bem consiste en mostrar como lo exótico se torna erótico. Esto quiere decir que a causa, por ejemplo, del temperamento y los juegos infantiles, los miembros del otro género resultan exóticos a los heterosexuales (en el otro diverso sexualmente a mí, encuentro un cierto misterio que me atrae). A su vez, los homosexuales por haber tenido un cierto temperamento y un cierto entorno en el que el misterio del otro diverso sexualmente es menor o casi nulo, apreciarían como “exótico” justamente a la persona del mismo sexo.

JORGE TRASLOSHEROS. ¿Existen algunas hipótesis sobre la etiología de las homosexualidades basadas en factores sociales como, por ejemplo, los roles que jugamos en nuestra convivencia?

RODRIGO GUERRA: Los estudios transculturales de Ira Reiss han intentado mostrar que las sociedades dominadas por varones, asociadas a un descuido en la educación de los hijos también varones, y que poseen una mayor rigidez de roles de género son las que producen mayor incidencia de homosexualidad masculina. Sin embargo, como en todas las investigaciones de este tipo sus resultados son modestos. Es cierto que una cierta preferencia puede configurar un rol. Pero también es cierto que un rol o etiqueta social puede motivar una preferencia sexual. Como decían los antiguos: las causas se concausan y dan lugar a efectos complejos.

JORGE TRASLOSHEROS: Queda claro, entonces, que el amplio universo de las “homosexualidades” parece invitar a una reconsideración analítica y diferenciada de cada caso. Ahora bien, algunas “voces críticas” suelen afirmar que los católicos tenemos una visión retrógrada del asunto y ciertas declaraciones poco reflexivas y francamente desafortunadas de miembros de la Iglesia son utilizadas como obuses contra la Iglesia en pleno. Rodrigo, ¿qué realmente ha dicho el Magisterio de la Iglesia al respecto?

RODRIGO GUERRA: Existe un enorme desconocimiento del espíritu y de la letra sobre la enseñanza de la Iglesia en torno a la homosexualidad. Ya desde 1975 en la “Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual” la Congregación para la Doctrina de la fe sostenía dos cosas con enorme claridad: el deber moral de buscar comprender la condición homosexual del modo más completo posible y juzgar con gran prudencia la eventual culpabilidad de un acto homosexual. Posteriormente, en la “Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales” firmada por Joseph Ratzinger en el año de 1986 se afirma textualmente que: “Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por lo demás, que lesiona unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia civil. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones”. En otras palabras, si bien es cierto que en continuidad con la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio eclesial los actos homosexuales no son conforme al plan de Dios, las personas en sí mismas deben ser tratadas con la mayor caridad y respeto. En nombre de la fidelidad al depósito de la fe y a las exigencias de la ley natural no se debe jamás realizar de modo directo o indirecto una acción o palabra que lastime la dignidad de las personas homosexuales. La homosexualidad, en sí misma considerada, no es pecado ni la heterosexualidad, en sí misma considerada, es virtud. Ambas preferencias, en cuanto preferencias, se refieren a una condición pre-voluntaria. Los actos conscientes y libres son los que pueden ser buenos o malos moralmente. Esta es la teología moral más clásica y que a algunos, precipitadamente, olvidan.

JORGE TRASLOSHEROS: Es curioso, tus palabras sacadas de contexto podrían ser usadas al igual por grupos llamados “conservadores”, como por los “progresistas”, para decir que Rodrigo Guerra ha salido a la defensa de la homosexualidad. Una forma típica de empobrecer cualquier debate que se proponga buscar honestamente la verdad. Me parece que, por igual en el mundo “conse”, como en el “progre”, hay tendencias simétricas al momento de enfrentar a quien consideran su“enemigo”. Ambos mundos, tan sólo en apariencia opuestos, son hijos de la misma matriz racionalista que busca anular, destruir e imponer su propio discurso de manera unívoca. La verdad es un trabajo arduo que para el cristiano inicia con el anuncio alegre de una verdad más grande que nuestras limitaciones y que es Jesús de Nazareth. Por cierto, y dicho sea de paso, Jesús no era ni conservador ni progresista. Me parece que la Iglesia, si es fiel al Evangelio, no puede suscribirse a categorías ideológicas que, como ideologías, han cerrado la razón a la realidad y, por ende, han renunciado a la propia razón. Son, finalmente, un naufragio de la razón. Me queda claro que en este asunto, como en cualquier otro, nuestra primera mirada debe posarse, como tú lo haces claramente, en el ser humano que está frente a nosotros, en la persona de carne y hueso, en ese otro que es nuestro hermano y, con esta mirada, reconocer su dignidad. Ahora bien, volviendo a nuestro tema, algunos teólogos católicos piensan que la homosexualidad es una preferencia tan válida como la heterosexual. Más aún, algunos consideran que existe la posibilidad de hacer una lectura teológica alternativa de las enseñanzas de la Sagrada Escritura que permita desarrollar una “teología gay”.

RODRIGO GUERRA: En mi opinión la preferencia homosexual está orientada al menos parcialmente a acciones contrarias a la gramática que norma la vida sexual activa por lo que no es pacíficamente equiparable a la preferencia heterosexual. La palabra “gramática” es utilizada por Juan Pablo II para designar el conjunto de normas racionales en las que se encuentra inserto el lenguaje del cuerpo y el amor humano. Sin embargo, entiendo que muchas personas no vean la racionalidad profunda de esto y que en ocasiones el discurso católico parezca una mera posición dogmática e irracional.

En algunos estudios he buscado profundizar sobre el significado del cuerpo y la sexualidad ensayando una argumentación que se inspira en algunas apreciaciones de Niklas Luhman. El hecho empírico es que la masculinidad y la feminidad son códigos irreductibles en la vida comunitaria y al momento de la entrega sexual. Todo intento de ir más allá de estos códigos, de este lenguaje que brota de la estructura profunda de la persona y que emerge en la corporeidad, se reconduce al código básico, del cual es imposible fácticamente evadirse. Por ejemplo, aún en las más vanguardistas y transgresoras prácticas sexuales entre personas del mismo sexo, reaparece el código simbólico heterosexual. Los géneros añadidos al heterosexual – homosexual, bisexual, transexual, etcétera – indican preferencias sexuales en las relaciones afectivas pero no son novedades estrictas. Esto es muy evidente en la cópula homosexual masculina o femenina y en los roles de pareja que adoptan las personas del mismo sexo que conforman tipos de vida más o menos estables. En ambos casos la heterosexualidad reaparece como código simbólico fundamental aunque busque ser superada. Esta evidencia indica en mi opinión que la donatividad sexual de la persona no puede expresarse más que a través de la nupcialidad del cuerpo, es decir, a través de la diferenciación sexual varón-mujer. Esto no nos puede dejar indiferentes. Esto posee un significado preciso. La estructura de la persona demanda heterosexualidad aún en los momentos en que la entrega se realiza de modo contrario a la misma demanda. Si la demanda no es cumplida, entonces podemos advertir que aún en medio de su contradicción, la persona busca como inconcientemente su cumplimiento. Así, la heterosexualidad y la homosexualidad no son dos variantes más o menos equivalentes en materia de preferencia sino que la heterosexualidad funge como código simbólico o marco de referencia inevitable para todo ser humano. JORGE TRASLOSHEROS: Dime algo, ¿estamos ante el comienzo de una nueva teoría sobre el cuerpo humano como lenguaje…?

RODRIGO GUERRA: realmente no se trata de una nueva teoría, sino que pretende ser una ruta que continúe la teología del cuerpo y del amor humano desarrollada por Karol Wojtyla-Juan Pablo II.

JORGE TRASLOSHEROS: Me parece que la realidad, ese lugar donde inexorablemente vivimos, puede ser comprendida como el mapa de nuestra propia existencia individual y social, de suerte que la razón es el don que nos permite comprender este mapa y la fe sería la brújula que nos guía en el camino. Frente a las razones que has considerado en torno al complejo asunto de “las homosexualiedades”, permíteme insistir en mi pregunta previa, ¿es posible construir una “teología gay”?

RODRIGO GUERRA: Hay autores que así lo creen. Pienso, por ejemplo, en Derrik Sherwin Bayley, en Daniel Helminiak – asistente de Bernard Lonergan durante algún tiempo –, en Gerald Loughlin – discípulo de John A. T. Robinson – o en James Alison. En todos ellos se intenta hacer la relectura de algunos pasajes del Antiguo o del Nuevo Testamento que tradicionalmente han sido interpretados como condenatorios de la homosexualidad.

Una estrategia recurrente es intentar justificar que los juicios negativos en los que de modo explícito aparece la homosexualidad no tienen connotación moral. Casos típicos son Rom 1, 18-32; 1 Cor 6, 9,10; 1 Tim 1, 9-11. Para ello se afirma, sin más, que las traducciones del griego están mal hechas o descontextualizadas. Lo cierto es que se cometen evidentes errores de carácter exegético. Las más elementales concordancias muestran, por el contrario, el sentido preciso de las palabras de los textos referidos tal y como fueron dichas y comprendidas en sus propios contextos.

JORGE TRASLOSHEROS: Nada nuevo entonces. Como historiador te puedo decir que se trataría de un típico error de anacronismo. Por método no podemos entender un texto, el que sea, fuera de lo que éste es en sí mismo, dentro del contexto en el cual fue creado, con la intención de comprender las acciones humanas que ahí se encuentran inscritas. Se trata de un error de método bastante común en quienes se meten a lidiar con el pasado y que se puede cometer de buena fe, pero no por ello deja de ser un error. Pero interrumpí el hilo de tu reflexión.

RODRIGO GUERRA: Otra estrategia para construir una teología gay es afirmar que la homosexualidad, como una realidad no-patológica, es un descubrimiento humano y eclesial reciente. Por ende, la teología debería gradualmente ir advirtiendo, en la alteridad que representa la condición gay, un nuevo espacio de realización. Esto tiene varios presupuestos. El más socorrido es la desclasificación que la Asociación Americana de Psiquiatras (APA) hizo de la homosexualidad al no incluirla más en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders en 1973.

En México no se conoce mucho sobre esta “desclasificación”, pero sin duda resulta una historia reveladora. En los años setenta diversos grupos de presión de gays y lesbianas irrumpían con cierta frecuencia en congresos de la APA, retiraban los materiales que explicaban tratamientos a personas con preferencia homosexual y acusaban de crueldad y falta de humanidad aún a psiquiatras eminentes. Esta situación, provocó que se organizara un Task Force dirigido por Charles W. Socarides que concluyó luego de dos años de trabajo que “la homosexualidad debía considerarse como un trastorno del desarrollo psicosexual”.

El documento conclusivo del Task Force fue archivado por el Consejo ejecutivo de la APA para evitar consecuencias políticas. Tiempo después Robert Spitzer apoyó las solicitudes a favor de un referéndum para zanjar el tema. Se organizó una votación entre los 30 mil miembros de la APA. Las presiones de los grupos gay se hicieron evidentes. En la votación participó solamente el 25% de los miembros. El resultado fue que el 60% de los participantes estaban a favor de eliminar la homosexualidad del manual de diagnóstico. Sin embargo, en 1977 se realizó una encuesta aleatoria a 10 mil miembros de la APA y resultó que el 69% afirmaba que la homosexualidad “suele ser más bien una adaptación patológica que una variación normal”. En 1994 los grupos de presión intentaron definir como “no ético” el tratamiento de personas con orientación homosexual incluso si estos lo pidieran voluntariamente. Sin embargo, finalmente se abandonó esta línea de presión.

Todo, como podemos ver, es sumamente delicado ya que difícilmente se puede encontrar otro caso en la historia de la práctica médica donde se decida la pertinencia o no de la clasificación de una enfermedad por votación simple.

JORGE TRASLOSHEROS: Una forma poco seria de solventar un problema tan complejo. En suma, parece que los dos anteriores supuestos que fundamentarían una “teología gay” son difíciles de sostener. De premisas falsas – o sospechosas para decirlo suavemente – no se sigue conclusión verdadera. Ahora bien, en el fondo ¿cuáles son las premisas desde las que se busca crear una relectura teológica tan confrontada con la enseñanza de la Iglesia?

RODRIGO GUERRA: Sin pretender agotar el tema me parece que en el fondo existen dos complejos en los que descansan parte de estos proyectos intelectuales: el complejo antimetafísico y el complejo antiromano.

JORGE TRASLOSHEROS: esto me suena a Hans Urs Von Balthasar. Se pone interesante…

RODRIGO GUERRA: El primer complejo es de orden filosófico: las principales corrientes moderno-ilustradas como varias de las reacciones postmodernas más sonadas parten en muchas de sus tomas de posición de una premisa que consideran terreno ganado: no existen las esencias. Más aún, consideran que cualquier teoría que afirme la existencia de algo así como una “naturaleza humana” es una postura “fijista”, “inmovilista” o “cerrada”. Varias de las más importantes teorías de género, por ejemplo, afirman abiertamente como proyecto la “desencialización de lo humano”. El pensamiento de Marta Lamas es un caso más o menos elocuente de esta posición. Estas teorías incurren en diversas contradicciones. La más divertida es la sutil contradicción performativa: para que alguien pueda afirmar una proposición cualquiera, por ejemplo, la relativa a la “desencialización de lo humano” requiere como exigencia la existencia de un sujeto humano con consistencia definida. En otras palabras, si la esencia de Marta Lamas pudiera ser reinventada a cada instante a través de actos de voluntad, habría un cambio de especie, un cambio ontológico, que impediría que ella misma pudiera persistir a través del tiempo. Dado que esto no sucede, podemos afirmar que existe una cierta naturaleza que le permite gozar a nuestra autora de continuidad transtemporal y de ciertas necesidades básicas.

Esto es lo que el viejo Aristóteles deseaba expresar con su definición de “esencia”: to ti en einai, aquello que era ser. Esta difícil expresión quiere decir que la esencia de un sujeto como el ser humano no es algo “inmutable” sino que precisamente su consistencia definida es lo que posibilita el cambio. Más aún, la esencia es “lo que” cambia en el cambio y simultáneamente lo que hace que un ente persista con continuidad en el tiempo. No hay cambio sin sujeto definido que cambie. El cambio sólo es posible cuando un cierto alguien, con un cierto quid, cambia. Las esencias como realidades inmutables y fijistas son las de Platón, no así las de Aristóteles, las de Tomás de Aquino o las de David Wiggins.

Dicho esto, el complejo antimetafísico puede ser atractivo para ciertos momentos retóricos pero se torna contrafáctico, contrario a los hechos, cuando se conduce a sus consecuencias últimas. La “condición humana” es un cierto algo, es un cierto quid, que no por dinámico se disuelve o se transforma arbitrariamente en cualquier cosa. Esta comprensión filosófica es importante al hacer teología. Sólo de este modo es posible evitar la tentación de vaciar los contenidos de la Sagrada Escritura para reinventarlos de nuevo y asignarles un contenido convencional “a la moda”. Sólo de este modo es posible reconocer que existe una naturaleza en las cosas y en las personas y que nos indica vías para la realización humana.

JORGE TRASLOSHEROS: El complejo anti-romano parece tener otras características. Su origen, según lo comprendo, es más sociológico con implicaciones muy serias para el pensamiento teológico. Es la manida y vieja idea que de Roma no pude venir nada bueno, verdadero o justo. Todo cuanto huela a “Iglesia de Roma” debe ser visto bajo sospecha lo que ciertamente pude entorpecer el encuentro con la verdad. Ya el Cardenal Newman y Chesterton se hicieron cargo de este complejo; pero según comprendo fue Hans Urs Von Balthasar quien lo actualizó, con bella ironía, para nuestros días. Dime, Rodrigo, ¿Cómo opera este complejo al momento de querer hacer una exégesis radicalmente alternativa de la Sagrada Escritura y una reinterpretación nueva de la teología como “teología gay”?

RODRIGO GUERRA: Siempre será muy recomendable acudir al libro de Hans Urs von Balthasar sobre este problema para ganar más claridad en torno al “complejo anti-romano”. Tengo la impresión que el Primado de Pedro es indigesto para quienes deciden autonormar su vida cristiana prescindiendo de la revelación, el Magisterio y, más todavía, de la comunidad eclesial. San Pedro era un hombre tremendamente frágil y desde su fragilidad, que es tanto como decir desde su profunda humanidad, marcó un camino en la sucesión apostólica y para toda la Iglesia, desde hace dos mil años. Los sucesores de Pedro comparten la profunda humanidad y fragilidad del Apóstol. Sin embargo, Dios les promete una asistencia especial a pesar de sus limitaciones de suerte que les permita conducir a la Iglesia y llevarla a buen puerto. La barca de Pedro es una cáscara de nuez en la borrasca de la historia, ¿quién puede dudarlo?, pero también es cierto que cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Es como aquél día en que los apóstoles asustados por el temporal acudieron a Jesús en busca de auxilio. Entonces, sorprendidos, se preguntaban quién era Aquel a quien incluso los vientos obedecían. Para afirmar con el corazón y no sólo con la mente esta verdad fundacional de la Iglesia, es preciso reconocer primero nuestra propia necesidad, nuestra propia insuficiencia que reclama ser acompañada. En segundo lugar, requiere descubrir existencialmente la necesidad de seguir, es decir, de pertenecer a Otro para sobrellevar el camino de la vida. En tercer lugar, agradecer que ese Otro no esté lejos y como ausente, sino que realmente posee carne concreta hoy en la Iglesia. Dios encarnado está realmente en la carne concreta de la comunidad eclesial en la que nuestros Pastores están llamados a ser signo de unidad.

El ministerio de Pedro es una gracia que sólo se entiende cuando se recupera la dimensión carnal del acontecimiento cristiano. Si la cristología docetista fuera verdadera, si Cristo fuera sólo apariencia de carne pero no verdadero hombre-Dios, entonces Pedro y la dimensión sacramental de la Iglesia serían irrelevantes como quieren algunos. Tendríamos una eclesiola pneumática, aparentemente espiritual y absolutamente aburrida.

JORGE TRASLOSHEROS: Una vez más me recuerda la forma en que Newman describía los debates de su tiempo. Esas ganas de reinventar en cada momento la teología y en general el pensamiento cristiano prescindiendo de la tradición apostólica, más aún, prescindiendo de los contenidos reales de la revelación misma. Así, resultaba una religiosidad subjetiva, al modo de quien le propusiera, organizando grupos dentro y fuera de la Iglesia que tenían la pretensión de corregir al mismo Espíritu Santo. Bien lo dijo el viejo Chesterton, ser católico implica tener el gran valor de aceptar que otro, diferente a mí mismo, tenga la razón. En tiempos de un subjetivismo que reduce la realidad a la percepción y la libertad al capricho, las palabras del viejo inglés son, por lo menos, provocadoras. No puedo imaginarme los grandes debates teológicos que han marcado la historia de la Iglesia sin aceptar que la realidad reta siempre a la razón, que la fe ensancha incansablemente los límites de nuestra mente. Su condición de posibilidad es, precisamente, la existencia de la Iglesia. Creo, tú sabes mucho más de esto, que la complejidad del pensamiento teológico requiere de tomarse en serio la íntima relación entre fe y razón y que, por lo mismo, es necesariamente una realidad plural, una diversidad que busca su unidad dentro de su diversidad. Así, insisto, la condición de su existencia es la Iglesia, no su negación.

RODRIGO GUERRA: la legítima pluralidad de teologías al interior de la Iglesia posee una condición de posibilidad para no traicionar su razón de ser que es aproximarnos con la inteligencia al Dios-que-se-revela: la eclesialidad. Sin experiencia de communio concreta, de eclesialidad real y empírica, cotidiana, la razón se torna incapaz de interpretar el dato revelado, que es dato de un Dios-comunión que se comparte al hombre para que viva inserto en un Acontecimiento que lo trasciende. El ministerio de Pedro es signo de unidad, signo de communio máximamente encarnada. Así las cosas, la fidelidad a Pedro y a los Apóstoles nunca será fácil, pero siempre estará sostenida por Aquel que dijo: “Tu es Petrus…”. En mi opinión, al hacer teología esto no se debe olvidar jamás. Por estas cosas pienso que una interpretación teológica de la cuestión homosexual sólo puede hacerse desde la plataforma que brinda la interpretación personalista y comunional del cuerpo y del amor humano tal y como aparece en la que tal vez sea la obra cumbre de Juan Pablo II: Hombre y mujer los creó. Es la obra más grande, más extensa y más densa de todo su pontificado.

JORGE TRASLOSHEROS: Pensar en Juan Pablo II no es fácil para algunos sectores dentro y fuera de la Iglesia. Lo consideran “conservador”. De hecho, me parece, muchos hablan de él, pero pocos le han leído con detenimiento y mucho menos se conoce la obra que tú mencionas. Toda la novedad con la que Juan Pablo II presenta el Evangelio de siempre es todavía ignorada, incluso en círculos “cultos” de la Iglesia. ¿Cuál sería, asumiendo el riesgo de la simplificación, la nuez de su propuesta?

RODRIGO GUERRA: Tienes mucha razón. Wojtyla no era un conservador, ni tampoco un liberal. Como filósofo, con gran libertad asimila críticamente a Scheler y a Kant. Como Papa cita a Ricoeur, a Levinas, y a Jung en las catequesis sobre el cuerpo. Como Pastor viaja por todo el mundo e invita a Bono a colaborar con el proyecto para condonar la deuda externa de los países más pobres. Y en el tema que nos ocupa, plantea con gran fuerza que es imposible comprender la diferenciación sexual como un mero problema de roles o de preferencias. En todo caso, es preciso entenderla ontológicamente a través de una gramática de la acción. Al leer Gn 1, 27 y Gn 2, 18-25 Juan Pablo II reconoce que la imagen y semejanza que el ser humano guarda con Dios se basa en la “unidualidad relacional”, es decir, en la mutua referencia estructural del varón a la mujer y de la mujer al varón. La unidualidad relacional no significa una dualidad simétrica como pensaba Aristófanes en el Banquete de Platón. Varón y mujer no son dos mitades llamadas a recuperar la unidad perdida. Son dos plenitudes ontológicas configuradas con una misma naturaleza, con la misma dignidad, pero con diversa modalidad de articulación intrínseca. De este modo, la diferencia sexual queda incluida en la imago Dei lo que nos permite hablar bajo limitaciones precisas - que ahora no se pueden señalar - de una cierta analogía entre la relación varón-mujer y las relaciones trinitarias.

En Juan Pablo II, el amor de los esposos es el analogado principal de todo género de amor y además funge como metáfora eminente de la relación del ser humano con la realidad. En este amor, la corporeidad posee un significado bellísimo: el cuerpo es la persona y por ende, el cuerpo posee una altísima dignidad y goza de un significado esponsal. La sexualidad, el ser-varón o el ser-mujer, entonces, no es un accidente – como quería Tomás de Aquino – sino existe como una dimensión constitutiva de la persona humana. En resumen, hoy la Iglesia católica afirma con más fuerza que nunca que la tentación gnóstica o la tentación maniquea que reconduce lo corpóreo a negatividad debe ser superada.

Este tipo de antropología invita a hacer una suerte de arqueología del deseo, es decir, invita a nunca censurar la alegría que brota del encuentro entre dos personas diferentes sexualmente que descubren su misterio. Sin embargo, para que esta arqueología realmente alcance el “arjé”, es preciso, descubrir los significados objetivos que porta todo deseo y que conducen a la subsunción del deseo en el amor fiel y responsable.

JORGE TRASLOSHEROS: Pues habrá que trabajar mucho y hacer esfuerzos teológicos muy serios para así colaborar con seriedad a la renovación de la pastoral con personas que sienten atracción por personas de su mismo sexo. Uso este término con toda intención. Si bien sería motivo de otra larga plática, me parece que hoy en día los términos como gay, lesbiana, transexual, homosexual y similares son terriblemente discriminatorios. Sobre todo por la forma en que están siendo utilizados por los promotores de los Derechos LGBT y sus detractores. Lo cierto es que más allá del debate académico, de las luchas ideológicas, es en la pastoral dónde verificamos la madurez de nuestra fe pues sólo ahí podemos mirar a los ojos al otro y descubrir su riqueza humana, su fraternidad. Es ahí donde reconocemos al hermano y nos hacemos Iglesia. Con la gente sencilla, concreta y próxima. Ahí es el lugar en el que se combaten las violencias que tanto estremecen a nuestra sociedad y angustian a nuestra alma.

Escuchando tus palabras, no resisto la tentación de recordar el hallazgo temprano de Charles, el protagonista de la novela de Newman Perder y Ganar y que le conduciría al encuentro de la comunión con la Iglesia. Ante el desconcierto de su tiempo, tan similar al de nuestros días, concluía cuatro cosas: “Primera: hay un montón de opiniones distintas sobre los asuntos más trascendentes de la vida. Segunda: no todas son igualmente verdaderas. Tercera: es un deber moral tener opiniones verdaderas. Cuarta: es extraordinariamente difícil hacerse con esas opiniones verdaderas”. Y, sin embargo, podemos agregar, es la fe la que impulsa a nuestra razón a recorrer el camino.

RODRIGO GUERRA: Así es querido Jorge, la fe nos mueve a recorrer un camino que es el de la razón abierta a la realidad, abierta a la posibilidad de un Misterio que salve. Estoy convencido que este camino no es distinto al del amor. La gran verdad que Dios nos muestra con la Encarnación y la Redención es que Él es amor, es ternura y acogida sin límite. De este modo, amor y verdad se articulan en Cristo y se ofrecen como itinerario para nuestra vida. En el fondo, la vida se trata precisamente de esto: acoger a Jesús que se ha inclinado sobre mi nada y sobre mi traición para levantarme, para reconstruirme y para mostrar que sólo El hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5).