LA TEOLOGÍA DEL PUEBLO EN EL MAGISTERIO PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO

Redacción CAL
12/11/2018
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Teologia del Pueblo_Milwaukee

 

Rediscovering Pope Francis” fue el título del Simposio llevado a cabo en la ciudad de Milwaukee (Estados Unidos) y organizado por el Sacred Heart Seminary and School of Theology.

Participaron en este evento alrededor de 400 personas – sacerdotes, religiosos y laicos – de diferentes regiones de Estados Unidos.

Una notable intervención inaugural fue la del Nuncio Apostólico en el país, S.E. Mons. Christophe Pierre.

Entre los invitados a pronunciar sendas conferencias estuvieron el Obispo Robert Barron y los profesores Massimo Borghese, Rodrigo Guerra, Rocco Buttiglione, Austen Ivereigh, Susan Wood y Peter Casarrella. También fue orador en el Simposio el Prof. Guzmán M. Carriquiry, Secretario encargado de la Vice-Presidencia de la Comisión Pontificia para América Latina. Las Actas del Simposio serán publicadas próximamente.

A continuación se transcribe la ponencia del Prof. Carriquiry sobre la “Teología del Pueblo en el Magisterio Pastoral del Papa Francisco”

 

LA "TEOLOGÍA DEL PUEBLO" EN LA TEOLOGÍA PASTORAL DE JORGE M. BERGOGLIO

Para una mejor comprensión del Pontificado

     En la biografía intelectual y pastoral de Jorge Mario Bergoglio, que es materia de mucha importancia para una más profunda comprensión del pontificado del papa Francisco, hay que tener muy presente, entre muchos otros influjos, la corriente de pensamiento que ha sido llamada con el apelativo de “teología del pueblo”. Como lo explica Juan Carlos Scannone, esta corriente teológica nace en el ámbito de la Comisión Episcopal de Pastoral constituida en 1966 por el Episcopado argentino para acoger en Argentina, contextuandizándolos, el espíritu y las enseñanzas del Concilio Vaticano II. De esta Comisión eran miembros algunos Obispos como Vicente Zazpe y Enrique Angelelli, teólogos y pastoralistas entre los cuales Lucio Gera, Rafael Tello, Justino O’Farrell, Gerardo Farrell, Fernando Boasso y otros[1]. Es en este ámbito que va incubándose la teología del pueblo, cuya impronta se hace ya visible en la declaración del episcopado argentino de 1969, conocida como Documento de San Miguel, en donde se llega a afirmar que “la acción de la Iglesia no debe ser sólo orientada hacia el pueblo, sino también y principalmente desde el pueblo mismo (…)” y, en especial de los “pobres, sacramento de Cristo”[2].

     El Padre Lucio Gera, su mayor exponente, fue maestro con fuerte ascendencia teológica y espiritual de jóvenes generaciones sacerdotales sobre todo en Buenos Aires. Fundador de la Sociedad Teológica Argentina y Decano de la Facultad de Teología en Buenos Aires, formó parte del Equipo de Reflexión Teológico-Pastoral del CELAM y de la primera Comisión Teológica Internacional, convocada por el Beato Pablo VI, y fue invitado como asesor de las Conferencias episcopales de Medellín y Puebla. Mons. Bergoglio manifestó toda su estima al Padre Gera y quiso, cuando falleció en 2012, que fuera enterrado en la Catedral de su Arquidiócesis[3]. Otro de los amigos y colaboradores del P. Lucio Jera fue el P. Rafael Tello, quien estuvo en la génesis de las multitudinarias peregrinaciones anuales desde Buenos Aires al Santuario de Luján y de quien el papa Francisco se ha expresado con mucho afecto y gratitud[4]. Del uruguayo Alberto Methol Ferré, que puede considerarse también vinculado a esa corriente de pensamiento, el papa Francisco habló como “genial pensador rioplatense” que “nos ayudó a pensar”[5]. La “teología del pueblo” tuvo un influjo muy fuerte en la elaboración del documento de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles (enero 1979) y fue muy importante su legado para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (mayo 2007)[6].

          Sin embargo, estos autores fueron casi totalmente desconocidos, durante décadas, por instituciones académicas y editoriales europeas y norteamericanas, mientras que desde las décadas del 70 y 80, bajo altas mareas ideológicas de un progresismo secularizante y de un marxismo recalentado, los textos de Gustavo Gutiérrez, Hugo Assman, Leonardo Boff y otros propagadores de la teología de la liberación contaron con muchos y muy difundidos ecos metropolitanos. Quizás tuvo que ver el hecho de que autores como Gera, Tello y Methol produjeran muchos textos dispersos, pero también y sobre todo porque estuvieron sometidos a la sospecha de provenir de Iglesias “conservadoras”, de ser críticos de las corrientes ideológicas y políticas bajo hegemonía marxista y de caer en un romanticismo culturalista y populista. Hoy día, después del derrumbe del socialismo real y del mesianismo revolucionario, no puede dejar de reconocerse a la teología del pueblo como una variante de la teología de la liberación, no menos profética en la crítica del “pecado social”, ni en el amor preferencial por los pobres, ni en el combate por la liberación de los pueblos contra todas las estructuras de dominación y opresión, pero despojada de los impactos de teologías de la secularización y de esa atracción del marxismo que incluso los mejores autores de la teología de la liberación, como Gustavo Gutiérrez, han ya abandonado. Algunas intuiciones proféticas y temas mayores de los teólogos de la liberación (descartado el involucro ideológico y renegadas las seducciones violentas) han resistido a la usura del tiempo. Además, discernidas por el magisterio eclesial[7], fueron asimiladas por la Iglesia latinoamericana a través del filtro de los teólogos del pueblo de la escuela rioplatense. Después han encontrado en el papa Francisco un eco global.

     Hay una línea de continuidad de las orientaciones de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles (enero 1979) y de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (mayo 2007) con la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” – que es el documento programático más importante del actual pontificado -, marcada por los fuertes influjos y contribuciones de la “teología del pueblo”.

     Sólo superado el primer impacto y sorpresa del pontificado del papa Francisco, ha crecido la conciencia de la necesidad de dedicar un estudio serio y sistemático a los escritos de Jorge Mario Bergoglio y de sus autores más amados, como Lucio Gera, Juan Carlos Scannone o Methol Ferré, así como un estudio más atento y profundo del magisterio episcopal latinoamericano, especialmente de Puebla y Aparecida.

     Varios enfoques teológicos y pastorales del papa Francisco no se comprenden cabalmente, desde sus raíces, sin el contexto de la teología del pueblo y de su cultura. Pero ¿cómo identificamos una teología del pueblo y cuándo ésta se expresa como factor vertebrador en el magisterio pastoral del papa Francisco?

¿De qué “pueblo” se trata? Resonancias e implicaciones

     Quien sigue con atenta escucha el magisterio del papa Francisco no puede dejar de asombrarse por la fuerte resonancia empática con la que pronuncia la palabra “pueblo”. Hay quien ha dicho que al Papa Francisco le brillan los ojos cada vez que pronuncia la palabra “pueblo”. La palabra “pueblo” pertenece al vocabulario del papa Francisco desde su primer saludo: “pueblo y Obispo juntos” “Pueblo” es el sustantivo más recurrente en el documento programático más importante del pontificado, que es la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium: allí aparece citado 164 veces. ¿Acaso los norteamericanos no tienen la misma sensación de profundas resonancias e  implicaciones cuando en el Preámbulo de su Constitución afirman: “We, the people of  United States of America…”.

     La referencia al pueblo no se reduce a la suma masiva de individuos, ni siquiera al conjunto de los ciudadanos que componen una sociedad, ni al impersonal y gris significado de “población”. “Ciudadanos es una categoría lógica – escribe Jorge Mario Bergoglio. Pueblo es una categoría histórica y mítica. Vivimos en una sociedad y esto todos los entendemos y explicitamos lógicamente. Pueblo no puede explicarse sólo en modo lógico. Contiene un plus de significado che se nos escapa si no recorremos a otros modos de comprensión, a otras lógicas y hermenéuticas (…). Estar en una sociedad y tener pertenencia de ciudadano, en el sentido de orden, es un gran paso de funcionalidad. Pero la persona social adquiere su más cabal identidad como ciudadano en la pertenencia a un pueblo”. Esto es clave - afirma Bergoglio – porque identidad es pertenencia. “No hay identidad sin pertenencia. El desafío de la identidad de una persona como ciudadano se da directamente proporcional a la medida en que él viva su pertenencia ¿A quién? Al pueblo del que nace y vive (…) El ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral. Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada generación se ve involucrada”[8]. Así como Patria evoca paternidad, - es la que recibe la tradición de los padres, herencia de los padres en el presente que ha de ser fructificada, y Nación viene de “natío”, evocando maternidad, que acoge siempre a  nuevas generaciones, pueblo es una forma de fraternidad más allá de la estirpe.

     La realidad de un pueblo se forja en la conciencia de sus orígenes y vicisitudes históricas, en el patrimonio de su tradición, en su background cultural y religioso, en el ethos societario que se deriva y alimenta, en su capacidad de integrar diversos componentes en un mestizaje étnico y cultural, en el tejido de su convivencia familiar, laboral y social, en un destino solidario compartido en pos de una vida digna y buena para todos. En esa perspectiva, la teología del pueblo ha evitado reducir su realidad a un análisis sociológico y económico, para enriquecerlo con un método histórico-cultural, mucho más capaz de penetrar en las fibras más profundas de su identidad[9]. Bergoglio definía el “pueblo-nación” como “una experiencia de vida en común en torno a valores y principios, a una historia, a costumbres, lengua, fe, causas y sueños compartidos…”[10]. En el concepto de pueblo que viene de esa corriente teológica y que es propio del papa Francisco hay una experiencia densa de fraternidad cotidiana preservada de la masificación, una impronta identitaria con raíces profundas, linfa y frutos, una conciencia de ciudadanía integral que ejercita sus derechos y expresa aspiraciones colectivas, una participación inclusiva en un camino común de construcción de la nación, junto con una vibración emancipadora. La experiencia del “nosotros como pueblo”, o sea, de esa forma singular de “comunión de personas” involucradas en una búsqueda indisociable del bien, la verdad y la belleza, en lucha por un destino de paz, justicia y fraternidad, es lo que da carne y sangre a democracias participativas, no reducidas a meras reglas de procedimiento[11]. En este sentido, el pueblo es el sujeto colectivo de construcción de la Nación movido por un telos, por un proyecto histórico, por un horizonte utópico, que es “camino hacia” o, como dirían los escolásticos, “causa final”, lo que te atrae y a lo que tienes que llegar: el bien común[12]. Incluso se habla del “alma” de los pueblos, por la que se puede “hablar de una hermenéutica, de una manera de ver la realidad, de una conciencia (…) de la propia dignidad”[13].

     No extraña, pues, que el papa Francisco escriba sobre el gusto y el gozo de pertenecer a un pueblo, de vivir la experiencia del pueblo. A los pueblos, y en ellos a los pobres reconocidos como eje vertebrador de los sectores populares, está confiada la “globalización de la esperanza” contra la “globalización de la exclusión y la indiferencia”[14]. El Padre Lucio Gera hablaba del “anti-pueblo” para llamar a las oligarquías que abandonan el interés por el bien común del pueblo y de la nación, y se concentran en la defensa de sus propios privilegios, siendo responsables de situaciones de opresión y explotación.

Ante tendencias de disgregación de la conciencia y experiencia de ser pueblo

    No se trata, por cierto, de una visión romántica, idealizada. Tiene muy claro el papa Francisco que erosionan esa experiencia y conciencia de un pueblo las mareas de neo-individualismo hedonista y asocial que se propagan por doquier en nuestro tiempo, definido por el Papa como de “globalización de la indiferencia”. Sus efectos se manifiestan en la ruptura de los vínculos familiares y sociales de pertenencia en “sociedades líquidas”, fragmentadas, y en el reino conflictual de los intereses particulares que alimenta contraposiciones y contradicciones polarizadas en donde no hay espirales posibles de diálogo y de cohesión social. Esa erosión se refleja y, a la vez, se agudiza en el déficit de la política reducida a juegos de poder y espectáculos mediáticos de corporaciones que componen un “establishment” lejano de las necesidades y esperanzas de la gente, así como en las modalidades de colonizaciones ideológicas y culturales que atentan contra el ethos compartido. El resultado final es una ausencia de pasiones e ideales compartidos, en un desierto lleno de hostilidades, lugar de soledades de masa, sin memoria, cuya cohesión depende más de una sucesión efímera de imágenes y percepciones trasmitidas por los medios de comunicación y control social que por la conciencia de un destino común vivido en el tiempo. Los individuos quedan reducidos a espectadores pasivos de terminales electrónicos y televisivos. En la aldea global construida por la revolución de las comunicaciones lo que más falta son auténticas relaciones humanas, de amistad y comunión, pues predominan las formas dominantes del extrañamiento y la indiferencia, por una parte, o de la manipulación y explotación, por otra.

     De tal modo, la disgregación de la experiencia de pueblo reduce la sociedad a un conjunto caótico y confuso de individuos, donde se oscila entre el narcisismo y la soledad deprimida, bajo una potente y persuasiva homologación cultural determinada por los poderes dominantes. Los pueblos se degradan así en masas bajo los dictados de oligarquías políticas, económicas, tecnocráticas e ideológicas. Tales son, afirma el Papa, los proyectos de minorías “iluminadas” que intentan apropiarse de significados colectivos y que pretenden ser maestros, guías y policías de masas, consideradas incultas, bajo control.

Tensiones bipolares en el camino de los pueblos

      Las tensiones bipolares con las que Bergoglio afronta toda la realidad social[15] marcan el arduo camino del protagonismo histórico de los pueblos. Está muy claro para el papa Francisco que formar parte del pueblo, hacer parte de una identidad común, es fruto de un proceso, de un “hacerse pueblo”, de crecer en la conciencia y experiencia de ser pueblo, de generación en generación, a través de etapas significativas de su historia. “Es un trabajo arduo y lento – se lee en la Evangelii Gaudium - que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía”.[16].

     Es importante también que la unidad del pueblo prevalezca sobre los conflictos que amenazan desgarrarlo. Sin duda, el pueblo argentino, y por cierto quien fuera Provincial de los Jesuitas en el Río de la Plata, ha sufrido mucho por el período de guerra civil, de violencia sin par entre el aventurerismo trágico de las violencias guerrilleras y la represión de Fuerzas Armadas asesinas. No es que se abogue por “un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz”.[17]. No se trata de huir de los conflictos, ignorarlos o silenciarlos. Muchos de ellos son legítimos y necesarios. Hay que saber, pues, sufrirlos hasta el fondo, pero la tensión ideal es resolverlos en síntesis superiores de unidad del pueblo para que la Nación no quede desgarrada e impotente. Hay que construir la unidad en la diversidad. Tal es la figura del “poliedro” que Bergoglio propone para las sociedades nacionales y el concierto internacional: ni una esfera global, apátrida, tecnocrática y gerencial que anula la riqueza de la pluralidad, ni una “parcialidad aislada que esteriliza” como en localismos empobrecedores y tendencias xenofóbicas mezquinas[18].

     Además, este saber guiarse por la realidad tiene que prevalecer sobre quienes quieren imponer al pueblo los moldes estrechos y forzados de las ideologías. Oligarcas y tecnócratas liberales por una parte, y marxistas leninistas por otra han detestado la teología del pueblo, aferrados a sus esquemas ideológicos para pretender implantarlos por fuerza en una realidad que los desborda. Sólo consideran a los pueblos, y especialmente a los pobres, como meras clientelas electorales o masas de maniobra, simples objetos de la política de los “iluminados” y de ningún modo como sujetos de su propia vida y destino, en grado de asumir la realidad según sus propia sabiduría y categorías y capaz de crear caminos de novedad de vida a partir de su cultura.

       Crecer como pueblo significa, pues, ser capaces de ir suscitando consensos y convergencias en pos de un proyecto de desarrollo integral y solidario que ataque las causas de las desigualdades y discriminaciones, privilegiando el diálogo como método, afirmando más lo que une de lo que divide y contrapone. Un auténtico pueblo es una realidad inclusiva, en donde todos puedan integrarse en una enriquecedora diversidad, donde los pobres no sean excluidos sino protagonistas que comparten el banco común del trabajo, donde no haya ciudadanos de segunda categoría, ni descartados, ni sobrantes, donde haya una tensión hacia caminos de paz, justicia y realización de fraternidad.

     Ni el verticalismo autocrático del Estado ni la utopía de la autorregulación del mercado pueden pretender sustituirse a la participación democrática de los pueblos, a través de sus más variadas formas de asociación y construcción. Cuando todo gira en torno a las pujas de poder y a los manejos burocráticos del Estado, o a la confianza en la “mano invisible” del mercado, sin tener en cuenta la dignidad y centralidad de los sujetos reales - personas, familias, comunidades, asociaciones, empresas, movimientos populares, iniciativas sociales - va ofuscándose el protagonismo de los pueblos, corroyéndose el tejido democrático del Estado y bloqueándose las posibilidades virtuosas de una economía social.

Pueblo y populismo

     De la hermenéutica de Bergoglio sobre el “pueblo” hay quien ha destacado raíces literarias, haciendo referencia a Fedor Dostoevskij, autor muy querido por el Papa, para quien el pueblo define y compendia lo que hay más de genuino, profundo y sustancial (tal como lo interpretaba Romano Guardini). Más importantes son las raíces políticas, que mucho marcaron a los exponentes de la “teología del pueblo”. También Bergoglio vivió cierta afinidad política y cultural con el vasto movimiento nacional y popular que fue el peronismo en Argentina, bajo influjos de la Doctrina Social de la Iglesia, expresivo de las necesidades y derechos de los sectores trabajadores de la nación y en búsqueda de una “tercera vía” más allá del capitalismo y el comunismo. Jorge Mario Bergoglio formó parte de toda una generación indignada por la violenta represión contra el peronismo y el veto impuesto por las Fuerzas Armadas a su participación política y electoral  Sin embargo, es también evidente que Bergoglio no ha profesado nunca una ideología mesiánica del peronismo ni participado en su actuar político. Nunca se ha declarado peronista.

     Menos aún ha sido un populista, “palabra tan usada y desgastada últimamente, por pereza intelectual, que ya ha perdido todo sentido”[19] y que se presta a todo uso ideológico, sobre todo de quienes temen toda irrupción del pueblo en la escena pública que ponga en jaque los intereses de los potentados del “establishment”. No hay persona más lejana de la demagogia irresponsable, de la facilonería en afrontar los problemas y del mero asistencialismo a los necesitados como clientelas políticas – si esto caracteriza el populismo – que Jorge Mario Bergoglio. Trabajo y no meros subsidios asistenciales, - que sólo tienen que ser provisorios y supletivos - es lo que el Papa pide para todos en una sociedad inclusiva[20]. Los trabajadores y los movimientos populares que organizan los trabajos de los excluidos del mercado laboral, en la lucha por una sociedad inclusiva en donde se logre el pleno empleo, son protagonistas fundamentales de un pueblo en camino. ¿Cómo se puede construir un precioso poliedro societario si no se hacen florecer las capacidades de todos, su sentido de libertad y responsabilidad, su don de sacrificio y solidaridad, su cultura del trabajo y creatividad?

Del santo pueblo fiel de Dios

     Toda la referencia al “pueblo” en esta corriente de pensamiento y en el Magisterio del papa Francisco queda sobre todo iluminada desde la realidad del pueblo de Dios y su inculturación en los pueblos seculares. “Es evidente que entre nosotros – escribía Jorge Mario Bergoglio - “pueblo” se ha vuelto un término ambiguo a causa de presupuestos ideológicos con los que esta realidad es afirmada y percibida”[21]. Fundamental es, pues, la perspectiva del “pueblo fiel”. El Papa asume las grandes líneas de la eclesiología centrada en la noción bíblica y conciliar de “pueblo de Dios” Esta noción, presente 184 veces en el Vaticano II, fue desarrollada en el capítulo II de la Constitución Lumen Gentium, bajo el título: “El pueblo de Dios”. Por eso, Bergoglio ha presentado siempre la Iglesia como el santo pueblo fiel de Dios[22]. En la entrevista concedida al Padre Spadaro lo dice con mucha sencilla claridad: “La imagen de la Iglesia que más me gusta es la del santo pueblo fiel de Dios. Es la definición que uso mayormente y está tomada del número 12 de la Lumen Gentium. La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico. Dios, en la historia de la salvación, ha salvado un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. El pueblo es sujeto. La Iglesia es el Pueblo de Dios que camina en la historia, con alegrías y dolores”[23]. No en vano la Facultad de Teología de Buenos Aires, bajo la guía de Lucio Gera, fue pionera en comentar la Lumen Gentium en 1965, destacando la unidad de sus dos capítulos de Misterio y Pueblo. Así lo señala aún la Evangelii Gaudium cuando afirma que “se trata ciertamente de un Misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo pelegrino y evangelizador, lo cual trasciende toda necesaria expresión institucional”[24]. La Iglesia es “el misterio del Pueblo pelegrino de Dios en comunión”, en la que las nociones de “comunión” o “sacramento” son utilizadas en sentido predicativo o atributivo, mientras que el “pueblo de Dios” indica el sujeto, es un concepto subjetivo. Es el “nosotros”, el sujeto social e histórico del misterio.[25]. “Todo lo que dice el capítulo primero de la Constitución, sobre la Iglesia como sacramento, o como misterio, o como cuerpo de Cristo o como Ecclesia de Trinitate, (…) tiene como sujeto histórico el pueblo de Dios. O sea el pueblo de la alianza, pueblo peregrino, con fuerte connotación escatológica, pueblo históricamente situado en camino hacia el Reino de Dios”.[26]. De tal modo se trae a colación aquellas enseñanzas fundamentales de la Lumen Gentium: “No hay más que un pueblo de Dios escogido por Él: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef. 4,5); común es la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de adopción filial, común la vocación a la perfección: no hay más que una salvación, una sola esperanza y una caridad sin divisiones”[27].

     Desearía ahora destacar algunos aspectos fundamentales de la reflexión sobre el pueblo de Dios que vive en los pueblos, según esa tradición teológica argentina que se muestra tan presente en el magisterio del papa Francisco.

El sensus fidei fidelium

     En primer lugar, hay que recordar que desde 1974 el Padre Jorge Mario Bergoglio trabajó la doctrina conciliar sobre el sensus fidei fidelium y la infalibilidad in credendo del santo pueblo fiel de Dios, prosiguiendo las enseñanzas de la Lumen Gentium, especialmente en sus capítulos 8 y 12. Esas mismas enseñanzas han sido explícitamente retomadas por el Documento de Aparecida. El Padre Bergoglio ha señalado en diversas oportunidades cómo el magisterio y la teología exponen fielmente el contenido de lo que creemos, pero hay que estar atentos y mirar a los pueblos para apreciar cómo la Iglesia vive la fe. “Cuando quieras saber en qué cree la Iglesia andá al Magisterio – porque él es el encargado de enseñarlo infaliblemente - pero cuando quieras saber cómo cree la Iglesia andá al pueblo fiel”. Es una fórmula que se concreta en la frase que el mismo Bergoglio repetía: “El Magisterio te enseña quién es María, pero nuestro pueblo fiel te enseñará cómo se la quiere a María”[28].

   El papa Francisco destaca siempre que el pueblo de Dios, al que se pertenece por el bautismo - primera y fundamental consagración, sello indeleble de nuestra identidad cristiana - “está ungido con la gracia del Espíritu Santo”.[29]. Por eso, es tan duro contra el clericalismo de viejo y nuevo cuño en la Iglesia, porque “tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente”[30]. Ello está en las raíces de las herejías neo-gnósticas y pelagianas que el papa Francisco denuncia como todavía presentes entre nosotros[31].

Inculturación del Evangelio y evangelización de la cultura

     En segundo lugar, cabe señalar como la teología del pueblo traduce la noción de “mundo” – del que habla la Gaudium et Spes – en las realidades del pueblo como comunidad histórica, cultural y política en continua gestación: comprende la relación entre la Iglesia y el Mundo como la presencia encarnada o inculturada de la fe del pueblo de Dios en la cultura de los pueblos. Así lo escribe el papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “este pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su propia cultura”; por eso, habla de la Iglesia como “un Pueblo de muchos rostros”.[32]

     ¿Acaso no estamos viviendo en la Iglesia católica una irrupción de las periferias eclesiásticas y de sus variadas modalidades de inculturación? No en vano en América Latina viven ya más del 40% de los católicos de todo el mundo, a los que cabe agregar la gran mayoría de los 60 millones de hispanos en los Estados Unidos. Más de la mitad de los católicos de todo el mundo viven en el continente americano. Brasil, México, Filipinas y Estados Unidos son los países de mayor número de católicos, que dentro de unos 15 años serán seguidos por Argentina, Colombia, República Democrática del Congo y Nigeria, resistiendo sólo Italia entre los europeos. La catolicidad se despliega, en efecto, en “la belleza de este rostro pluriforme”.[33].  

     No es de extrañar, pues, que la perspectiva de la evangelización de la cultura y las culturas haya sido un tema central en lo que llamamos teología del pueblo, para superar los riesgos de abstracción genérica cuando se habla de pueblos y pueblo de Dios. Se sabe que el Padre Lucio Gera fue quien tuvo mayor responsabilidad en la redacción del notable capítulo sobre “evangelización de la cultura” en el documento de Puebla, retomando y contextualizando en América Latina las preciosas referencias al respecto de la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi del próximamente santo Pablo VI cuando afrontaba en el divorcio entre Evangelio y cultura “el drama de muestro tiempo”[34]. Ha sido bien señalado que el Provincial Bergoglio, participando en la Congregación General 32 de la Compañía de Jesús (1975-1976), destacó siempre que lo que le parecía más importante del Decreto IV – “Nuestra misión hoy” – no era tanto la cuestión de la fe y la justicia sino la perspectiva de la inculturación. No hay que asombrarse, pues, que el Padre Bergoglio, siendo entonces Rector de la Facultad de San Miguel en Buenos Aires, organizó, en 1985, el primer Congreso Internacional sobre evangelización de la cultura e inculturación del evangelio que se hizo en América Latina.    

     Pues bien, los mayores exponentes de la corriente de teología del pueblo han trabajado mucho el tema de la inculturación de la fe del pueblo de Dios en la gestación histórica, en el sustrato cultural y en la religiosidad de los nuevos pueblos mestizos americanos. El abrazo a la realidad del pueblo los ha llevado a recuperar una conciencia histórica para advertir cómo Dios ha operado en la gestación y vida del pueblo a través de su “evangelización constituyente” y cómo se han ido realizando las promesas de liberación que Dios puso en la historia del pueblo. "El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los reúne en una originalidad histórico cultural que llamamos América Latina” – se lee en el documento de Puebla, donde se advierte con claridad los frutos y pluma de la teología del pueblo -, de cuya identidad es símbolo luminoso “el rostro mestizo de Nuestra Señora de Guadalupe”, acontecimiento capital que se yergue al inicio de la evangelización del Nuevo Mundo[35]. En la introducción del documento de Aparecida - con el Cardenal Bergoglio como su jefe de redacción - se afirma que "el don de la tradición católica es un cimiento fundamental de identidad, unidad y originalidad de América Latina y el Caribe: una realidad histórico-cultural marcada por el Evangelio de Cristo, realidad en la que abunda el pecado - descuido de Dios, conductas viciosas, opresión, violencias, ingratitudes y miserias - , pero donde sobreabunda la gracia de la victoria pascual".[36]. La fe católica caracteriza, pues, la “identidad histórica esencial” y la “matriz cultural” de los nuevos pueblos37. Ello se expresa en el bautismo de la gran mayoría de los latinoamericanos, en la fe madura de muchos bautizados y en la piedad popular que se manifiesta “en el amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y la reconciliación (…), el amor al Señor presente en la Eucaristía (…), el Dios cercano a los pobres y a los que sufren, la profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales”[37].

La revalorización de la religiosidad popular

     El tema de la inculturación de la fe y evangelización de la cultura queda íntimamente ligado a la revalorización de la religiosidad popular. En efecto, durante la primera fase inmediata del post-concilio, extremadamente rica y fecunda, pero también contradictoria y tumultuosa, en lo que podría definirse como una gigantesca crisis de renovación eclesial, la “religiosidad popular tuvo en el interior de la Iglesia católica el más grave eclipse, en siglos, por lo menos en la consideración de estratos sacerdotales e intelectuales de la Iglesia. Durante este período, la religiosidad popular fue menospreciada, vejada, a lo sumo tratada como un mal inevitable, en vías de desaparición, rezago mágico, fetichista, que era necesario purificar en el mejor de los casos, o soportar en condescendencia provisoria. Ésta es una de las paradojas más extraordinarias de este período, tan fecundo bajo otros aspectos (…). Pues era el auge de la eclesiología del Pueblo de Dios”[38]. El impacto de las teologías de secularización, de origen protestante, con su separación e incluso contradicción entre fe y religión, la pujanza de los marxismos con su cola del “opio del pueblo”, la difusión de las sociologías funcionalistas norteamericanas, con su oposición entre lo tradicional y lo moderno, se combinaron para provocar tal iconoclastía, en una fase en que se sufrió una grave crisis de identidad sacerdotal e incluso de identidad de la misma Iglesia. A la vez, esa crisis ayudaba a “arrancar a la religiosidad popular de un cierto inmovilismo secular, y de hacerle rendir uno de sus momentos más creativos y radiantes. No se alcanza una nueva positividad sin el pasaje tormentoso de una negatividad”[39].

    No puede extrañar, pues, que el papa Francisco recuerde la admiración que le suscitó  la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (1975) del Beato Pablo VI, que aún hoy considera uno de los más logrados e importantes documentos del Magisterio pontificio post-conciliar y seguramente en parte inspirador de la Evangelii Gaudium. Esa admiración se concentró de modo muy especial en su numeral 48 referido a “la piedad popular”. “(…) Cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, (la piedad popular) contiene muchos valores – escribía Pablo VI -. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción”. El Beato reconocía también sus límites, pero destacaba que “bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”[40].

     No en vano, la Evangelii Nuntiandi fue un documento que tuvo en su génesis un fuerte influjo por parte de las contribuciones de los padres sinodales latinoamericanos en la III Asamblea General del Sínodo mundial de Obispos sobre “la evangelización en el mundo contemporáneo”. Se trataba de un giro de hondas consecuencias en el camino de la Iglesia en el post-concilio. Así lo reconocía el mismo Pablo VI cuando afirmaba: “Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado”[41]. Concomitantemente, el Padre Lucio Gera reunía periódicamente un grupo de amigos y colaboradores para trabajar el tema de la “religiosidad popular”. Y en 1976 se realiza un extraordinario encuentro organizado por el CELAM, que fuera decisivo de ese giro cultural, pastoral y teológico en América Latina, en donde descuellan las contribuciones del P. Lucio Gera, Alberto Methol Ferré, del chileno P. Joaquín Alliende, entre otros. El libro publicado por el CELAM en 1967, con las ponencias y debates de ese Encuentro y bajo el título de “La Iglesia y la Religiosidad popular en América Latina” fue muy consultado y apreciado por el P. Jorge Mario Bergoglio y sigue siendo de gran validez y riqueza para nuestros días[42].

        En ese proceso de giro de revalorización de la piedad popular, en todas sus grandes implicaciones y repercusiones para la Iglesia y América Latina, resultó muy importante que la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi fuera el documento base para la preparación de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles (1979) - expresión madura de una segunda fase del post-concilio, gran paso en la autoconciencia eclesial y latinoamericana - inaugurada por San Juan Pablo II durante el extraordinario primer viaje apostólico de su pontificado, en México. “La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de fe católica. Es un catolicismo popular”, observa el documento de conclusiones de Puebla. Y continúa señalando que “esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los ‘pobres y sencillos’, pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. En este documento se define la religiosidad del pueblo, “en su núcleo”, como “un acervo de valores que responden con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital: así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y afecto (…)”. Congrega multitudes en santuarios y fiestas religiosas, cumpliendo con el imperativo de universalidad de un mensaje que “no está reservado a un pequeño grupo de iniciados, de privilegiados o elegidos, sino que está destinado a todos”. Y se advertía que “si la Iglesia no reinterpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexualismo pagano”[43].

     Jorge Mario Bergoglio, primero como sacerdote y después como Obispo, consideró estos capítulos sobre la cultura y la religiosidad popular como los contenidos más originales e importantes de aquella III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y preciosa contribución de la Iglesia latinoamericana a toda la catolicidad. Sus reflexiones fueron como una “summa” pastoral de su tarea como arzobispo de Buenos Aires. Su afecto al pueblo adquiría una manifestación muy expresiva en sus participaciones a las celebraciones en los Santuarios (de Nuestra Señora de Luján, de San Cayetano…) y en las fiestas patronales. Incluso propuso “santuarizar” las parroquias, sobre todo las que acogen mucha gente de paso, para hacerla sentir en casa, con las puertas siempre abiertas y una estable presencia sacerdotal y así facilitar la participación en los sacramentos de la reconciliación, eucaristía y matrimonio.

     Es también bien sabido que como Presidente del Comité de Redacción de las conclusiones de Aparecida, el Cardenal Beroglio dedicó una consideración muy especial a sus parágrafos sobre la religiosidad popular y que incluso participó en su elaboración escrita. Concluida la Conferencia, el Cardenal Bergoglio concentró especialmente su muy explícito aprecio por estos contenidos, señalando que de algún modo ellos expresaban la realidad de las multitudes de peregrinos, de los “pobres y sencillos de corazón”, que llenaron el hermoso santuario mariano de Aparecida, acompañando las celebraciones eucarísticas y rezos de los Pastores durante todos los casi 20 días de la Conferencia. El “éxito” de este evento, según Bergoglio, no podía ser disociado del haber trabajado durante casi un mes dentro de un Santuario Mariano.

     La “piedad popular” es presentada en el documento de Aparecida “como espacio de encuentro con Cristo”. Los Obispos latinoamericanos se ven reconocidos en el discurso inaugural de la Conferencia, pronunciado por el papa Benedicto XVI, cuando afirma que “en la rica y profunda religiosidad popular…aparece el alma de los pueblos latinoamericanos” (…), “precioso tesoro de la Iglesia en América Latina”[44]. Ella se expresa en “las fiestas patronales, las novenas, los rosarios y via crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folklore religioso, el cariño a los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia”. Y se destacan especialmente las peregrinaciones, “donde se puede reconocer al pueblo de Dios en camino”, realidad y figura tan apreciada por el papa Francisco.  “En los santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar”, se lee en su documento de conclusiones”. El documento se preocupa de afirmar con fuerza que “la piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros”, por lo que de ningún modo “podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana”. Esto sería “olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios”. “Es también una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia”. Por eso, se la llama también “espiritualidad popular”. El pueblo “se evangeliza continuamente a sí mismo” por medio de su piedad popular, bajo la inspiración del Espíritu Santo[45].

     Hay una perfecta continuidad al respecto entre Aparecida y Evangelii Gaudium, en donde se destaca “la fuerza evangelizadora de la piedad popular” y el papa Francisco exclama: “¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!”[46], que se desarrolla espontáneamente bajo los influjos del Espíritu Santo.

Una Iglesia pobre y para los pobres

     Cuando la Iglesia en América Latina se siente urgida por la renovación conciliar a abrir las ventanas al mundo, y al mundo propio de sus pueblos, no puede menos que advertir que las grandes mayorías de los bautizados viven en la pobreza, son objetos de muchas discriminaciones e injusticias, pero están arraigados en la fe recibida como conciencia de la propia dignidad, experiencia de solidaridad, alegría aún en medio del sufrimiento y esperanza viva contra toda esperanza. Los pobres son quienes mejor custodian y expresan la cultura del pueblo en pos de su realización de fraternidad y, a la vez, son creyentes, católicos, quienes más custodian y expresan esa piedad popular. Porque es a los pobres, pequeños y sufridos, y no a los sabiondos ni a los esclavos del poder, del dinero y del placer efímero, a quienes vienen revelados los misterios de Dios. Por eso, desde la II Conferencia General del Episcopado en Medellín la Iglesia latinoamericana ha proclama su amor preferencial por los pobres, recuperando esa esencial y profunda connotación evangélica, cristológica, así como lo mejor de la tradición eclesial en ese sentido. Y ya el documento de San Miguel del episcopado argentino en 1966, en el que se advierten los albores de la “teología del pueblo”, desarrollaba la perspectiva de los pobres como “sacramento de Cristo”.

     Sin embargo, en tiempos de altas mareas ideológicas y de hiper-politización se corrió el riesgo de reducir a los pobres desde una instrumentalidad política y dialéctica clasista. Esa fue una de las críticas más serias que la teología del pueblo, y mismo Bergoglio, planteó a la teología de la liberación. Es necesario partir de la realidad viva de los pueblos, de su sed de Dios, de su cultura impregnada por la fe. Más aún, hay que respetar su sabiduría ante la vida, sus estilos, su lenguaje, su modo de afrontar la realidad. También hay que luchar por sus derechos, por su dignificación y liberación, pero desde adentro mismo del camino de los que sufren pobreza y violencia.

     No en vano, los pobres son como “segunda eucaristía del Señor”. Fue el Hijo de Dios encarnado que quiso anonadarse en la pobreza e identificarse en modo misterioso pero muy real con los pobres y pequeños, como lo dice el protocolo de Mateo, en sus capítulos quinto y veinticinco, según el cual seremos juzgados por Dios. Por eso, el Documento de Aparecida dedica mucho espacio a una teología y espiritualidad de la opción por los pobres, afirmando que “es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos”, recogiendo “misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”[47]. Hoy día, las imágenes y las palabras, de coherencia cotidiana y a veces dramática, del papa Francesco nos acercan, nos hacen “prójimos”, a los rostros de los pobres, de quienes la enorme burbuja global de la indiferencia tiende a ocultar o rechazar. Es así como nos muestra el Evangelio vivido, el abrazo de la caridad, el don conmovido de sí. Así también nos muestra también lo que espera de las comunidades cristianas, de su testimonio, prioridades y obras: ¡Una “Iglesia pobre y para los pobres”![48].

Sobre la conversión pastoral y misionera

     Otro acento muy fuerte que fue puesto por la teología del pueblo es el que se refiere al camino corresponsable de todos los bautizados para convertirse en discípulos-misioneros del Señor. ¡Cómo no recordar lo que fue dicho, con retórica altisonante, sobre la “revolución copernicana” que significó, en la Lumen Gentium, anteponer el capítulo sobre el pueblo de Dios a aquéllos referidos a la jerarquía, a los laicos y a los consagrados/as. Significaba la superación de una imagen piramidal de la Iglesia, de su estratificación de diversos componentes, con la jerarquía al vértice y los fieles como simples ejecutores en la base. Por eso, el capítulo III de la Evangelii Gaudium tiene como título: “Todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio”[49]. Es el pueblo de Dios el gran sujeto comunitario evangelizador. El Papa ya no se dirige a los “agentes pastorales” ni a las minorías eclesiásticas “iluminadas”, “adultas”, “comprometidas” – en deriva farisaica – sino a todos los simples fieles cristianos. Todo cristiano está llamado a ser corresponsable de la comunión y misión de la Iglesia, a crecer como “discípulos-misioneros”. Allí reside la dinámica de construcción sinodal que el papa Francisco propone a la Iglesia. La pirámide ahora se ha invertido y en la base de ella están quienes han de reconocerse como los siervos de los servidores de Dios, quienes les lavan los pies, los humildes ministros

     Del amor por el pueblo y la corresponsabilidad misionera de todo el pueblo de Dios deriva después naturaliter la propuesta del papa Francisco de “conversión pastoral”, ya presente en Aparecida y experimentada por el Arzobispo Bergoglio en Buenos Aires. Lo dice claramente Aparecida: “Para ser evangelizadores de alma hace falta desarrolla el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo”[50]. La vida de Jesús es un camino de encuentros. Por eso, “cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás”[51]. No hay que dejarse encerrar por afanes burocráticos, funcionales o ideológicos: una Iglesia que se encierra en su autorreferencialidad se enferma. Hay que romper toda distancia. Importa sobre todo la proximidad misericordiosa, solidaria y misionera en medio de la gente.

     Conversión pastoral es conversión de los pastores. “El pastor es pastor de un pueblo y al pueblo se le sirve desde dentro (:..). Mirar al Santo Pueblo de Dios y sentirnos parte integrante del mismo nos posiciona en la vida”[52], salva de abstracciones, de meras especulaciones teóricas, de encierros eclesiásticos funcionalistas. Incluso el papa dice más: “cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro propio pueblo, nos perdemos”[53]: nos perdemos en encierros eclesiásticos y refugios clericales quedando lejanos de nuestras gentes, sin ese gozo de estar en medio del propio pueblo, sin ese conocer - por la connaturalidad afectiva que da el amor - las realidades concretas de su vida, sin ese abrazar con amor misericordioso a todos evitando discriminaciones y exclusiones preventivas, sin tocar la carne de los pobres y las llagas de las heridas de los que sufren en el cuerpo y en el alma, sin acercarnos a los que están lejanos de la Iglesia. ¡Cuántas veces el papa Francisco ha repetido a los pastores que tienen “caminar con el pueblo de Dios”: caminar adelante, indicando la ruta; caminar en medio de la gente para fortalecer la unidad; caminar detrás para que ninguno se quede rezagado[54], pero sobre todo “seguir el olfato que tiene el pueblo para encontrar nuevos caminos”[55]. La “conversión pastoral” pide de los pastores amar a los pueblos que le han sido confiados, vivir en medio de ellos con esa proximidad propia de los “callejeros de la fe”, abrazarlos con una ternura misericordiosa que no excluye a nadie – porque el amor de Dios no excluye a nadie -, solidarios con sus sufrimientos y esperanzas, especialmente de los pequeños, de los enfermos, de los pobres y excluidos.

     Por eso, el papa Francisco considera horrible “mundanización espiritual” la de Obispos convertidos en “príncipes” que miran desde lejos a su pueblo, e incluso con desprecio, a veces obsesionados por privilegios y reconocimientos, otras veces reducidos, de hecho, a ser administradores de una organización religiosa.

     Hay que ¡salir e ir al encuentro! No quedarse esperando a los fieles en los recintos eclesiásticos. Por eso, la conversión pastoral es conversión misionera hacia todos los ambientes de convivencia, a todas las periferias existenciales y sociales, a todas las fronteras de lo humano[56]. El pontificado del papa Francisco despliega un corazón misionero, especialmente hacia los alejados de la Iglesia. Se trata de salir a buscar la alta proporción de ovejas que se han perdido y no quedarse con las pocas que están en el recinto. Las proporciones de esa parábola se han invertido enormemente. No hay que quedarse encerrados, esperando dentro de los recintos eclesiásticos. Centrados en Cristo y bien arraigados en su cuerpo, que es la Iglesia, pero des-centrados para la misión: se trata de un ir al encuentro de los otros sin temores, pero por cierto sin negociar la propia pertenencia. La misión no es otra cosa que comunicar el don del encuentro con Cristo que nos ha cambiado la vida, no obstante nuestras resistencias y miserias. Se realiza por “un desborde de gratitud y alegría” Fundamental es la atracción de la belleza de un testimonio de novedad de vida, más humana, más plena, más feliz.

     La misión de transmitir el Evangelio de Jesucristo es obra de una santa paciencia, pues consciente que el Espíritu de Dios siempre nos “primerea”: es Él el verdadero protagonista de la evangelización, que nos precede en los corazones de las personas y en la cultura de los pueblos. Pero no falta la certeza de lo que dice San Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”[57].

Hacia una cultura del encuentro

     El último y no menos importante aspecto relativo a esa compenetración entre el santo pueblo fiel de Dios y los pueblos seculares, tan propio de la teología del pueblo pero que primero Jorge Mario Bergoglio y después el papa Francisco ha desarrollado de modo original, es lo que se expresa como “cultura del encuentro”.

     No se trata de una elaboración fantasiosa de escritorio. ¡No! Uno de sus discípulos lo ha calificado como ese “hombre de encuentros” del que habla Romano Guardini. “Porque la fe es un encuentro con Jesús, y nosotros debemos hacer lo mismo que hace Jesús: encontrar a los demás”[58]. Vivimos en una cultura de la desvinculación, del desencuentro, del descarte. Incluso vivimos en una cultura tan mediado por lo abstracto, por las relaciones virtuales, que hay una sed profunda de encuentros verdaderos. Es cierto que el papa Francisco vino a llenar esta esperanza, de encuentros cálidos, gratuitos, distensivos, comprensivos[59]. Pues bien, el papa Francisco no se cansa de proponer una cultura del encuentro, una cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros, donde podemos “aprender a recibir de todos, especialmente de los más pobres y pequeñitos, de los que para el mundo ‘no cuentan’, ‘sobran’ ”[60]. Todos damos y recibimos, sin hegemonías de los unos sobre los otros, sino en capacidad armónica de estar juntos entre diversos. “Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta – afirmaba el Cardenal Bergoglio – hay siempre una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo…el diálogo en modo constructivo de las diversas riquezas culturales” de la Nación[61], el diálogo democrático de una política rehabilitada en su dignidad. No hay diálogo sin identidad entre los interlocutores; no son diálogos los eslóganes gritados, las ideas- piedras, los desahogos viscerales, las recíprocas deslegitimaciones, el levantar muros…

     El santo pueblo fiel de Dios está llamado a jugar un papel decisivo y dar una contribución fundamental en la propuesta, sostén e irradiación de esa cultura del encuentro en la que vaya recreándose la forma singular de fraternidad que constituye a los pueblos. Se trata de re-generar la convivencia ciudadana por una amistad social, por la reconstrucción de tejidos familiares, educativos, laborales y sociales, en camino hacia una comunidad organizada en la que no prevalezca la unidimensionalidad de razón instrumental – su frialdad tecnocrática, su utilitarismo, sus desigualdades sociales y exclusiones – sino que todos sean acogidos y respetados, desde la concepción hasta la muerte natural, pasando por todas la etapas de la vida. ¡Todos considerados importantes para una vida en común! En las reflexiones pastorales que el Arzobispo Bergoglio guió en Buenos Aires sobre la pastoral urbana llegó a proponer la “santuarización de la ciudad” (la convivencia ciudadana como vivida en ese pedazo de cielo que son los santuarios para los pueblos). En este sentido también la formación de un grupo de curas “villeros” y su presencia como pastores en esos conglomerados de excluidos de la vida ciudadana fue una experiencia pastoral y social muy importante.

     En efecto, el pueblo de Dios es sacramento de unidad de los pueblos del mundo. La Iglesia es ese “tremendum mysterium” que derrumba el muro de iniquidad que separa y contrapone los más diversos hombres y pueblos, y que los hace reconocer, por el bautismo, como “miembros de un mismo Cuerpo”, todos hechos “uno en Cristo” (cf. Gal. 3, 28; Col. 3, 11), en ese “signo de unidad” y “vínculo de caridad” que es la Eucaristía[62]. Participar verdaderamente de este sacramento de comunión genera un vínculo de unidad mucho más radical y potente que toda solidaridad social, política, ideológica e incluso familiar. Es así que la Iglesia se presenta como “forma mundis”, comunidad de pecadores perdonados y reconciliados por el amor misericordioso de Dios, que viven relaciones caracterizadas más por el ser que por el poder y el tener, unidos en sorprendente fraternidad, y por eso, germen, signo y flujo de nueva sociedad dentro del mundo. Mientras todas las utopías humanas de construcción de la comunidad perfecta terminan en “torres de babel” - si no en infiernos reales - es a esa comunión a la que el “corazón” del hombre y la cultura de los pueblos anhelan, y a la que todos los hombres están convocados y destinados. El testimonio eclesial tendría que suscitar aquel estupor ante los primeros cristianos: “¡Ved como se aman!”; ¡cosa de otro mundo dentro del mundo! Es posible para todos vivir así, no obstante que esa comunión la llevemos, vivamos y ensuciemos en vasijas de barro (¡que somos!) y estemos llamados a una continua conversión.

     En sociedades marcadas por graves desigualdades, conflictos y fragmentaciones, una dialéctica de la amistad en el desarrollo comunitario encuentra sólido fundamento y alimento en la gratuidad de la caridad y en ese “modelo de unidad” como experiencia presente. Sólo un amor más grande que el de nuestras medidas humanas es fuente de energía para reconstruir los vínculos de participación y convivencia, de solidaridad y fraternidad, en la vida de los pueblos. Por eso, la Iglesia es siempre generadora y re-generadora de comunidades y pueblos. También por eso es cierto lo que ya señalaba San Juan Pablo II en la Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, cuando advertía que para reconstruir la urdimbre de la sociedad humana es necesario, ante todo, reconstruir el tejido mismo de las comunidades cristianas para que reflejen y comuniquen, con la mayor transparencia posible, el misterio de comunión que es la Iglesia[63].

   

     La contribución original de la Iglesia es, sí, decisiva en la formación y destino de los pueblos-naciones, por ser sacramento de unidad. El pueblo de Dios es la realización de la filiación y fraternidad a la que todos los pueblos están convocados.

 

                                                               Prof. Guzmán M. CARRIQUIRY LECOUR                  

                                                             Secretario encargado de la Vice-Presidencia

                                                              Comisión Pontificia para América Latina

 

[1] Véase en J.C. Scannone S.J, La teología del pueblo. Raíces teológicas del Papa, Salterrae, Cantabria, 2017. F. Boasso, en ¿Qué es la pastoral popular”, Patria Grande, Buenos Aires, 1974, afirma que expresa el pensamiento de esa Comisión. Los que son reconocidos como los más significativos autores de la teología del pueblo, Lucio Gera, Rafael Tello, Fernando Boasso, Justino O’Farrell, por citar sólo algunos, estudiaron entre 1948 y 1956 en Europa, doctorándose en universidades alemanas o en el Angelicum de Roma, entrando en contacto con las corrientes de la “nouvelle Théologie”. Gera concluye su licenciatura en 1956 en Bonn con el teólogo dogmático Joahannes Auer, que será después colega de Joseph Ratzinger en Regensburg, en un clima espiritual marcado por las obras de Romano Guardini y Max Scheler. Esa formación católica europea se irá después latinoamericanizando, a partir de la hermenéutica de quienes piensan a América a partir de América.

[2] Documento de San Miguel: declaración del Episcopado Argentino Sobre la adaptación a la realidad actual del país, de las conclusiones de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín), 1969.

[3] V.R. Azcui, C.M. Galli y M. González, como Comité Teológico Editorial, han publicado dos muy gruesos volúmenes que recopilan los muy numerosos y dispersos textos de los que Lucio Gera es autor: Escritos Teológicos Pastorales de Lucio Jera: I) Del Preconcilio a la Conferencia de Puebla (1956-1981), Agapé, Buenos Aires, 2006, y II) De la Conferencia de Puebla a nuestros días, Buenos Aires, 2007. Véase también J.C. Scannone S.J.: Lucio Jera: un teologo ‘dal’ popolo, Civiltà Cattolica 3954, marzo de 2015, pp. 539-550. Son muy numerosos los estudios y tesis doctorales que se están publicando en Argentina sobre los escritos de Lucio Gera.

[4] En la presentación del libro de E.C. Bianchi, Pobres en este mundo, ricos en la fe de los pobres en América Latina, según Rafael Tello, Buenos Aires, 2012, el Cardenal Bergoglio quiso manifestar su afecto y gratitud por Tello, escribiendo así en el prólogo: “Una persona admirable, un hombre de Dios, enviado a abrir caminos…Como todo profeta, ha sido incomprendido por muchos de su tiempo. Sospechado, calumniado, castigado (…), no ha escapado al destino de cruz con el que Dios marca a los grandes hombres de la Iglesia (…). Así ha abierto muchos caminos que hoy recorremos en nuestra pastoral, y ha sabido hacerlo conjugando el ímpetu profético con la adhesión a la sana doctrina de la Iglesia”. “Tello buscó fielmente caminos para la liberación integral de nuestro pueblo llevando adelante la novedad evangélica sin caer en los reduccionismos ideológicos…”. Son las palabras pronunciadas el 10 de mayo de 2012 por el entonces arzobispo de Buenos Aires, en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Argentina. Recientemente los restos del Padre Tello han sido trasladados al Santuario y Basílica de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina.

[5] La Asociación Methol Ferré ha recogido en su sitio WEB los muy numerosos escritos dispersos de Alberto Methol Ferré. Una recapitulación de algunos de sus textos más significativos se ha publicado en lengua italiana por CSEO-Incontri, Bolonia, 1983. De especial interés es el libro de A. Metalli, El Papa y el filósofo, Cantagalli, Siena, 2014. Las convergencias en el pensamiento de Bergoglio y Methol están muy bien ilustradas por M. Borghesi, Jorge Mario Bergoglio. Una biografia intelletuale, Jaca Book, Milán, 2017. También sobre el pensamiento de Methol se ha escrito y se están escribiendo numerosos estudios y tesis doctorales en América Latina.

[6] Junto con el Cardenal Bergoglio, estuvieron presentes y muy activos en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (2006) exponentes de una nueva generación vinculada a esa corriente de pensamiento a diversos niveles, come el teólogo Carlos Galli – cuya tesis doctoral sobre “El pueblo de Dios en los pueblos del mundo”, fuera dirigida por el Padre Lucio Gera -, el Padre Victor Eduardo Fernández, entonces Rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina y también el Padre Diego Fares S.J. ,uno de los muchos discípulos jesuitas de Bergoglio.como el P. Diego Fares S.J. Entre ellos cabe incluirme.

[7] Fueron muy importantes en ese discernimiento los documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo prefecto era el Cardenal Joseph Ratzinger: Libertatis Nuntius (1984) y Libertatis Conscientia (1986), así como los diálogos y reflexiones emprendidas por el CELAM. En la encíclica Centesimus Annus (1991), San Juan Pablo II abogó por la positividad de una “teología de liberación integral”.

[8] J.M. Bergoglio, Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad: nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo”, Conferencia en la XIII Jornada Arquidiocesana de Pastoral Social, J-M- Buenos Aires, 2010.

[9] Véase J.C. Scannone, La teología del pueblo”, ob. cit.

[10] J.M. Bergoglio, Hacia un bicentenario…, ob. cit.

[11] Véase en M. Toso y J. Paradiso, prefacciones al libro Noi come cittadini, noi como popolo, Jaca Book, Milán, 2011, pp. 7-17, que recoge diversas intervenciones del Arzobispo Bergoglio sobre el tema.

[12] J.M. Bergoglio, Noi come cittadini, noi come popolo, ob. cit.

[13] J.M. Bergoglio, Discurso de apertura de la Congregación Provincial de la Compañía de Jesús, Buenos Aires, 18.II.74.

[14] Papa Francisco, Discurso del Papa al II Encuentro de los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), 9.VII.2015.

[15] Véase Cardenal Bergoglio, ob. cit. y Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), nn. 217-237. En la obra citada, M. Borghesi desarrolla a fondo el pensamiento original de Bergoglio sobre las tensiones bipolares y los influjos intelectuales recibidos al respecto.

[16] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 220.

[17] Ibid, n. 218.

[18] Cf. Ibid. nn. 234-235.

[19]  V.E. Fernández, Hacia una cultura del encuentro. Propuesta del papa Francisco, Editorial de la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 2017, p. 12. Hay muchas referencias muy claras del papa Francisco contra los males del “populismo”: así en la Evangelii Gaudium, n. 204, afirma que le interesa “una creación de fuentes de trabajo (…) que supere el mero asistencialismo” y sostiene, en el n. 202, que “los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, deberían pensarse sólo como respuestas pasajeras”. Y en su encíclica Laudato sí, nn.127-128, repite que es “prioridad el acceso al trabajo por parte de todos” y afirma que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias”. Respondiendo a una pregunta sobre este mismo tema, que le plantea H. Reyes Alcaide en su libro-entrevista Papa Francisco. Latinoamérica, Planeta, Buenos Aires, 2017, pp. 58-59, el papa Francisco afirma lo siguiente: “(…) hoy se abusa de la palabra ‘populismo’ y se la utiliza sin matices para referirse a situaciones demasiado diversas. En primer lugar, distinguiría ‘populista’ de ‘popular’. Se llama ‘popular’ a quien logra interpretar el sentir de un pueblo, sus grandes tendencias, su cultura. Y esto en sí mismo no tiene nada de malo. Al contrario, puede ser la base para un proyecto transformador y duradero (…)”. El Papa critica explícitamente el ‘populismo’ “cuando expresa la habilidad de alguien para instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo al servicio del propio poder”. “El problema es que hoy – concluye el Papa – esta palabra sea convertido en ‘caballito de batalla’ de los proyectos ultra-liberales al servicio de los grandes intereses (para los que) cualquiera que intente defender los derechos de los más débiles será presentado como ‘populista con un tono marcadamente despectivo”

[20] Cfr. Hernán Reyes Alcaide, ob. cit., pp. 58 y ss.

[21] J.M. Bergoglio, Discurso de apertura de la Congregación Provincial…, ob. cit.

[22] Cf. Evangelii Gaudium, nn. 95, 130.

[23] Papa Francisco, Entrevista concedida al Padre Spadaro, el 19.IX.2013, publicada en “La Civiltà Cattolica”, Quaderno 3918, pp. 449-477, Roma, 2013.

[24] Evangelii Gaudium, n. 111.

[25] Véase C. Galli, Cristo, Maria, la Chiesa e i popoli, Librería Editrice Vaticana, 2017, p. 92. Véase también C.M. Galli, El ‘retorno’ del pueblo de Dios. Un concepto-símbolo de la eclesiología del Concilio a Francisco”, en V.R. Azcui, J.C. Caamaño, C.M. Galli, La eclesiología del Concilio Vaticano II, Memoria, Reforma y Profecía, Agape-Facultad de Teología, Buenos Aires, 2015, pp. 405-472.

[26] Entrevista al P. Dario Vitale publicada por “Vatican Insider” el 6.V.16.

[27] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 32.

[28] J.M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, Diego de Torres, Buenos Aires, 1982, p. 47.

[29] Véase Papa Francisco, Carta al Cardenal Marc Ouellet, Vaticano, 19.III.2016.

[30] Ibid.

[31] Véase Papa Francisco, Exhortación apostólica Exsultate et Gaudete, Vaticano, 2018, nn. 36-65.

[32] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 115-118.

[33] San Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio ineunte, Vaticano, 2001, nn. 295, citado por Papa Francisco en Evangelii Gaudium, n. 116.

[34] Beato Pablo VI, Exhortación apostólica “Evangelii Nuntiandi”, Vaticano, 1975, n. 20.

[35] III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, 1979, n. 446.

[36] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento conclusivo de Aparecida, 2007, n. 8.

[37] Papa Benedicto XVI, Discurso de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, 13.V.2007.

[38] A. Methol Ferré, Marco histórico de la religiosidad popular, pp. 47, en CELAM, Iglesia y religiosidad popular en América Latina, Bogotá, 1977.

[39] Ibid, p. 48.

[40] Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 48. En esa cuarta Asamblea general del Sínodo Mundial de Obispos, sobre “la evangelización en el mundo contemporáneo”, los Padres de procedencia latinoamericana, con diversidad de acentos, dejaron sentir el peso de una experiencia común y convergentes preocupaciones y solicitudes pastorales. Importantísimo fue el discurso del Presidente del CELAM, el Cardenal argentino Eduardo Pironio. Quizás se pueda afirmar que en esa Asamblea se alcanzó y se expresó uno de los momentos más altos de contribución de la Iglesia latinoamericana en la Iglesia universal. Temas fundamentales planteados desde América Latina, y entre ellos el de la religiosidad popular (destacado en el discurso de Pironio), fueron especialmente recogidos por la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (1975). Las Iglesias en América Latina - sus Pastores en primer lugar – sintieron muy reflejadas en este documento sus propias experiencias, inquietudes y necesidades. Se puede decir que fue un Sínodo de impronta latinoamericana.

[41] Ibid.

[42] En este libro se encuentran escritos importantes de A. Methol Ferré, Lucio Gera, el chileno Joaquín Alliende y otros estudiosos de la religiosidad popular latinoamericana. El libro se convirtió en un “clásico” sobre este tema, citado después por el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1674-1676) y por el Directorio sobre Piedad popular y Liturgia (2002) de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

[43] Documento de Puebla, nn. 444 y ss.

[44] Papa Benedicto XVI, Discurso de apertura…, ob. cit.

[45] Cfr. Documento conclusivo de Aparecida, nn. 258 y ss.

[46] Cfr. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 122-126.

[47] Cfr. Documento conclusivo de Aparecida, nn. 391 y ss.

[48] Papa Francisco, Encuentro con la prensa mundial, Vaticano, 16.III.2013.

[49] Cfr. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 111 y ss.

[50] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 268.

[51] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 269.

[52] Papa Francisco, Carta al Cardenal Marc Ouellet, ob. cit.

[53] Ibid.

[54] Papa Francisco, Alocución a los Obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, Vaticano, 23.V.2013; Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 31.

[55] Papa Francisco, Alocución a Obispos recién nombrados, Vaticano, 19.IX.2013.

[56] Documento conclusivo de Aparecida, n. 14. “La Iglesia – se lee en el texto de la intervención del Cardenal Bergoglio en las Congregaciones Generales previas al Cónclave – está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias, no sólo geográficas sino también a las periferias existenciales: las del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia, donde existe la indiferencia religiosa, las del pensamiento y las de todas las miserias”.

[57] San Agustín, Confesiones I, 1,1.

[58] Véase D. Fares, Papa Francisco. La cultura del encuentro, Edhasa, Buenos Aires, 2014, pp. 15-20; A. Riccardi, La sorpresa di papa Francesco, Mondadori, Milán, 2013, pp. 45-83.

[59] D. Fares, Ibid, p. 16.

[60] Ibid, p.

[61] J.M. Bergoglio, Noi come cittadini, noi come popolo, ob. cit.

[62] Cfr. San Agustín, Comentario al evangelio de san Juan, en Johannis Evangelium 26, 13.

[63] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, n. 34, Vaticano 1988.