MARÍA DE GUADALUPE, ADVIENTO DE LOS PUEBLOS, EN LA PIEL MORENA DE TU ROSTRO, DE TUS MANOS, DE TU VIENTRE TAMBIÉN MORENO
MARÍA DE GUADALUPE, ADVIENTO DE LOS PUEBLOS, EN LA PIEL MORENA DE TU ROSTRO, DE TUS MANOS, DE TU VIENTRE TAMBIÉN MORENO......
P. Eduardo Fernández Vela, Arquidiócesis de México
Del vientre de María viene el Encuentro, el Anuncio, el Estupor del pleno y tierno asombro.
María es la pieza más tiernamente humana, encarnada en plenitud, que el Señor nos ha dado.
Un Adviento que nos sonríe, que nos consuela, que nos ayuda a enfrentar con su mirada los miedos y las injusticias.
María ha centrado de nuevo el anuncio y la espera en un rostro humano, en un diálogo en verdad, en un encargo que alivia. Ha convertido el poder de Dios y lo ha traducido en espera preñada de una virgen, en esperanza de una madre, del milagro que junta el cielo en la tierra, en la posibilidad humana.
La posibilidad humana se vuelve milagro en el diálogo, un diálogo que suscita ternura, en un ir descubriendo horizontes y temores a través de palabras que son canto.
In cuicatl
Solo en el canto compartido desde lo sencillo emerge en el consuelo, el grito de una justicia que nos haga levantar el rostro a todos.
Desde tu morenidad, Madre, clarificas y nos haces latir en el corazón que late en tu vientre... traduces en humanidad los oprobios y alegras el corazón de quien te mira, de quien es mirado por ti.
“Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia.
¿No estoy yo aquí...?
¿No soy tu Madre...?
¿No estás bajo mi sombra...?
¿No soy yo tu salud...?
¿No estás por ventura en mi regazo...?”
Un eco infinito que parpadea en nuestra memoria cada vez que menguan nuestras fuerzas para seguir a Jesús.
Una sonrisa que dice "hagan lo que Él les diga"...
Con la certeza y la fragilidad de vida, una fuerza indomable en la existencia, de una mujer que espera y cuida en su vientre una vida que la superará, que la plenificará.
Mujer, madre y amiga... compañera en cualquier peregrinar, especialmente de aquellos que reconocemos humilde y sabiamente nuestras limitaciones personales y culturales.
Con una flor en su vientre.
Con una xóchitl que va abriendo sus pétalos dentro de la lucha interior de amor y de perdón en cada uno, y en todos, sus hijos.
María, bella y pura, morenamente clara, eres Adviento y preparación para acoger al Dios que se nos manifiesta, bella y portadora de la misericordia del Salvador.
Madre, los sencillos queremos ser tenidos bajo tu manto, pero nos pones en camino del encuentro con el Salvador, floreciendo entre nosotros, en esta senda... y de compartir ese gozo con todos, especialmente con los más pequeños de tus hijos.
Madre, que siempre nos dejas con una sonrisa y sin palabras, porque las conoces todas... mis angustias, mis penas, mis heridas, mis tropiezos y mis alegrías, mis silencios y mis temblores.
Somos todos peregrinos, somos todos pueblo. Nos tratas a todos como tus hijos, porque una madre encinta que toma de la mano a un pequeño lo hace también con la mano del que viene. Nos hermanas con Cristo a través de ti misma. Y como en la visita a tu prima Isabel, nos haces saltar de gozo...
Por eso eres mujer de esperanza, madre de adviento, de espera y cumplimiento, de esperanza de consuelo y de ánimo, de tierna y viva firmeza.
La de la madre que nos ayuda a caminar en la verdad, la justicia y la dignidad en los pasos de quien terminará por iluminarlo todo.
Madre mía bajo el manto de estrellas.
Madre mía de Guadalupe.
Pon mi mano, guiado de la tuya, en el vientre vivo de tu cuerpo, y hazme sentir el gozo de esperar a quien se mueve dentro de ti y te alegra.
Ayúdame, transformado por tu realidad pura y morena, a imaginar el rostro de Cristo por nacer y de ayudarme también a reconocerlo en los rasgos de quienes encuentro en el camino.
Y ayúdame a llevar rosas para que todos sepan quién eres, Madrecita.
Ayúdame a ser tu hijo y hermano de todos en la esperanza de quien, desde tu vientre, mueve al cosmos entero, en el vórtice de tu alegría y tu paz.
Madre.
Todas mis palabras tocan el cálido adviento de tu abultado vientre, y quedan en el silencio de la espera de quien se mueve dentro...
Madre, empiezo hablando de ti y termino hablando contigo..., me haces hablar de mí y me llevas a hablar por todos, especialmente por los pequeños...
Gracias, Madre...