NADIE SE SALVA SOLO: EL PUEBLO DE DIOS EN EL PENSAMIENTO DEL PAPA FRANCISCO COMO FUENTE DE RENOVACIÓN DE LA IGLESIA

Redacción CAL
21/02/2019
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Chile_Compromisos_frente_a_errores

 

Publicamos esta Conferencia, dictada por el Dr. Austen Ivereigh, (Fellow en Contemporary Church History, de Campion Hall, Universidad de Oxford), para el VII Congreso Católicos y Vida Pública, auspiciada por la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico (PUCPR) bajo el lema “Cristianos en salida, santos del presente”, que oportunamente y lúcidamente aborda el tema del discernimiento y la acción del Papa Francisco ante la crisis del abuso sexual clerical.

 

’Nadie se salva solo’:

El Pueblo de Dios en el pensamiento de Papa Francisco

como fuente de renovación de la Iglesia

 

Conferencia para VII Congreso Católicos y Vida Pública, auspiciada por la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico (PUCPR) bajo el lema ‘Cristianos en salida, santos del presente’

 

Dr Austen Ivereigh

Fellow in Contemporary Church History, Campion Hall, Universidad de Oxford

 

__________

 

Estimados colegas, y en particular al Profesor Jorge Iván Vélez Arocho, mil gracias por esta invitación tan amable a compartirles algo de mi lectura del pensamiento del papa Francisco sobre el Pueblo de Dios como fuente de renovación de la vida pública de la Iglesia, y por extensión, a la sociedad.         

He decidido arraigar esta ponencia en un tema de gran actualidad, es decir, la crisis sobre el abuso sexual clerical, ya la respuesta a ello en el discernimiento y la acción del papa.

La semana que viene estaré en Roma para la cumbre global anti-abuso convocada por el Papa Francisco. Es la primera reunión de esta índole: 190 presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo, como también líderes de las órdenes religiosas, han sido convocados por el papa Francisco para en encuentro único de tres días en el Vaticano. Se oirán testimonios de víctimas, y habrá sesiones plenarias y grupos de trabajo enfocados en tres importantes temas: responsabilidad, transparencia, y accountability. El papa estará presente durante todo el encuentro. Uno de los organizadores, el Padre Hans Zollner SJ, lo describe como “una educación en gobernar”. Están involucrados en su planificación expertos laicos, incluídos los victim-survivors, además de personas clave en el Vaticano en la frontera del tema. Se pondrán de acuerdo sobre tareas y acciones necesarias y protocolos universales. El encuentro estará arraigado en la oración y los sacramentos, incluidas una liturgia penitencial y una Misa de clausura.

            “La cumbre anti-abuso” como la describen los medios no es, pues, una conferencia académica sino una asamblea de pastores que se juntan después de escuchar al pueblo de Dios para escuchar unos a otros y al ES. Es un mecanismo eclesial de discernimiento, diseñada para abrir a los presentes, y a la comunidad toda, a la gracia de la conversión. Una conversión que implica, como dice el moderador, el Padre Federico Lombardi, “una reforma de las relaciones dentro de la Iglesia que permite una verdadera cultura de protección de menores tanto en la Iglesia como en la sociedad”. Un cambio, pues, de corazones de mentes. Un cambio hermeneútico.

 

1. La sinodalidad como mecanismo de conersión

No será un sínodo de obispos: sólo durará 3 días, no 3 semanas como los sínodos. Pero sin duda es un ejemplo de colegialidad y sinodalidad, es decir, una forma de de hacer participar e involucrar a los obispos en el gobierno eclesial, y a través de ellos, al pueblo de Dios, en la vida pública de la Iglesia. Sinodalidad viene del griego synodos, lo que significa el pueblo de Dios caminando juntos. Tiene su ejemplo primordial en el Concilio de Jerusalén, cuando los apóstoles y los ancianos se juntaron para considerar cuestiones que afectaban la comunidad de los creyentes. A través de una escucha mutua, se escucha lo que quiere decir el Espíritu Santo a la Iglesia.

Empiezo, pues, con invitarlos a notar esto: que para enfrentarse a una crisis de credibilidad que atañe a la vida y la misión de la Iglesia misma, el papa no ha dictado normas y leyes, sino que ha convocado una asamblea sinodal. Y el proceso tiene tres elementos. Primero, ha pedido que los obispos lleguen a Roma después de escuchar al Pueblo de Dios, según un principio caro al primer milenio de la Iglesia,  Quod omnes tangit ab omnibus tractari debet, “lo que afecta a todos debe ser discutido por todos”. Segundo, pedirá que los obispos hablen con parrhesia, con honestidad y audacia, y que escuchen atentamente, con corazón abierto, unos a otros, para discernir qué es lo que les está interpelando el ES. Tercero, al final se oirá la voz del papa, que ha presidido la asamblea, y cuyo papel es identificar la voz del ES, sobre todo cuando hay consenso, una paz verdadera, y otros signos de su presencia.[1] O sea, en vez de una iglesia piramidal, en la que Pedro manda y todos obedecen, lo que este proceso busca es una iglesia sinodal, “en la que Pedro es Pedro pero acompaña la Iglesia, la deja crecer, se la escucha… y discierne lo que viene de la Iglesia y la restaura a ella”.[2]

A mi juicio, pero no sólo el mío, los pasos decisivos de Francisco hacia la sinodalidad se verán en el futuro como la reforma institucional más importante de su pontificado, porque implica incorporar la escucha y el discernimiento a la vida pública de la Iglesia, a través de la participación del pueblo de Dios y los obispos. Esto implica, a su vez, incorporar la dinámica de la conversión cristiana a la vida pública de la Iglesia: la Iglesia se deja interpelar. En los sínodos hay discursos, debates, y votos, pero no es un parlamento. El poder del que depende es la gracia de Dios. La Iglesia se abre a ella a través de la confesión, la humildad, y el depender de la misericordia divina. Los frutos se ven en el cambio de vida: el deseo interior de cambiar y de reformar y de servir; y en la unidad que es fruto de la actuación del ES. Esa unidad hace posible la reforma. Y la reforma consiste en esto: el retorno a lo que la Iglesia está llamada a ser, un recentrarse en la misión que la confirió Cristo, purificándose de lo que le obstaculiza realizar esa identidad.

En el caso de la crisis del acoso sexual, el método sinodal escogido es parte integral de la sanación a la que está llamada la Iglesia: proceso y forma son coherentes. Porque al origen de la crisis hay algo que es mucho más un pecado sexual. Hay una corrupción de la naturaleza misma de la Iglesia, que en vez de servir al pueblo se sirve de ello. El clericalismo viola la Iglesia definida por el Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, como Pueblo de Dios. “La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza”, como dice el papa en Evangelii Gaudium. Y precisamente por eso sólo la participación activa del pueblo de Dios en la sinodalidad puede sanar las raíces del mal, o sea la mentalidad de dominio que se desemboca en el triple abuso de poder, de conciencia y de sexo.

A través del ejercicio de la sinodalidad Iglesia puede crecer a ser lo que es. No es, primeramente, una institución en la que algunos (el clero, los obispos) ejercen el poder sobre sus súbditos. Más bien, todos los bautizados son de igual dignidad, y llamados por igual a la santidad, y a la misión de evangelizar. Par ello la institución es necesaria, porque toda actividad humana requiere coordinación y división de trabajo; para eso también se necesita la jerarquía. Pero la institución, liderada por el clero, sirve al pueblo de Dios, no al revés. Los pastores sirven al pueblo de Dios, lavan sus pies. Y ¿de dónde viene esa igualdad de dignidad? Por el hecho de que Dios ya está presente en su pueblo.  Para la tarea de la evangelización y la misión, el ES distribuye dones y gracia entre los fieles de todos los niveles, para la misión, sí, pero también para el discernimiento mismo de la Iglesia. Como dice el cap. 12 de LG, en frases muchas veces repetidas por el Papa, el pueblo de Dios es infalible in credendo, o sea que el Espíritu se manifiesta en el cuerpo entero, a través del discernimiento de los obispos para abajo.

El clericalismo representa la violación radical de esta naturaleza sinodal. Supone que los pastores no sirven al pueblo, sino que el pueblo sirve a ellos, y ellos se sirven del pueblo. El clericalismo reemplaza el concepto evangélico de ministerium, o sea poder para el servicio, con potestas, poder sobre, derecho sobre. Y de esa mentalidad, esa deformación, muy presente en el modelo imperial-papa que tanto dominaba en la Iglesia por muchos siglos, fluye el ejercicio abusivo del poder, de la conciencia, y actos propiamente abusivos: entre ellos actos de abuso sexual, pero también el ningunear a las víctimas, el encubrimiento etc. Por eso, al elegir la sinodalidad como modo de producir la conversión (de una Iglesia clericalista a una Iglesia pastoral), Francisco está poniendo su fe en la presencia de Dios en su pueblo como mecanismo de la conversión de la institución. La escucha mutua de pastores y pueblo (que incluye a los laicos, los expertos y las victimas) abre un espacio para la reforma de las relaciones internas.

Está claro para el papa que el método piramidal, más bien típico de las corporaciones, produce lo que en Evangelii Gaudium 95 describe como “un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización.” O sea, el funcionalismo pone a la institución al centro, y no a Cristo y al pueblo de Dios, y de esa manera acentúa el clericalismo que está a base del problema. De ahí que el intento de resolver el reto del abuso clerical sexual a través del funcionalismo no hace más que acentuar el problema que está en la base de la crisis misma. Esto no significa que las normas y los protocolos y las medidas judiciales no sean necesarias. Por supuesto que son necesarias, y este encuentro en Roma tiene en parte el objetivo de asegurar que todos sepan sus obligaciones cuando se enteran de un caso de abuso.

Pero en sí mismos, no son suficientes. Porque son incapaces de sanar las raíces del problema, que es una forma mentis. Y en la medida en que uno busque fiar de ellos sin llegar a la raíz, pueden incluso postergar la conversión necesaria. El camino sinodal, en contraste, busca asegurar que la medidas adoptadas estén enraizadas en, y sostengan, la conversión más profunda, que es la conversión de mentalidades. Como lo dijo Georges Bernanos en su libro Frère Martin, “Quien trata de reformar la Iglesia por esos medios, por los mismos medios con los que se reforma una sociedad temporal, no sólo fracasa en su empresa, sino que acaba infaliblemente encontrándose fuera de la Iglesia”.

Bueno, hasta aquí mi resumen. Ahora quiero esbozar el desarrollo del pensamiento del papa sobre el abuso a través de sus muchos textos del año pasado. Y en la parte final, voy a mostrar cómo él ve la salida de la crisis en el lugar teológico del pueblo de Dios, y sugerir algunas maneras en que esta sinodalidad podría ser también un servicio a la sociedad más allá de la Iglesia.

 

2. Las Cartas de la Tribulación

Hace poco los jesuitas de La Civiltá Cattolica en Roma publicaron un libro de escritos del papa Francisco con el título de Las Cartas de la Tribulación.[3] Es en su primera parte una nueva edición de un libro del mismo nombre publicado en Buenos Aires en 1987, con prólogo de Jorge Mario Bergoglio, entonces jesuita. Bergoglio mandó traducir del Latín a castellano las cartas de los superiores generales de la Compañía de Jesús del final del siglo 18, es decir durante la época de la supresión de los jesuitas, porque creía que tenían lecciones importantes para cuerpos apostólicos en desolación. En su prólogo a aquella edición, Bergoglio explicó que las cartas aplicaron los Ejercicios Espirituales de San Ignacio al invitar a los jesuitas a abrirse a la gracia de la conversión evitando las tentaciones que podrían ser obstáculo a esa gracia. O sea, en una época de la tribulación es importante no refugiarse en la lamentación y la condena, dividir el mundo en buenos (nosotros) y malos (ellos, los enemigos), sino de preguntarse: cómo nos está invitando a cambiar el Espíritu Santo? O sea, se supone que en toda tribulación hay una invitación a la conversión. Se puede resumir así: en vez de lamentar y condenar, la invitación es a discernir y a reformar.

Es obvio que el papa ha estado aplicando esas mismas lecciones a la tribulación eclesial del año pasado. La primera vez que citó su prólogo fue en su discurso en la catedral de Santiago de Chile hace poco más de un año, el 16 de enero de 2018, y volvió a citarlo varias veces en sus muchos comunicados en respuesta a la crisis, en las cuatro cartas a Chile en abril y mayo y en la carta que escribió al Pueblo de Dios en agosto de 2018 después del informe del Gran Jurado de Pennsylvania. Entonces en la segunda parte de la nueva edición de las Cartas de la Tribulación, los jesuitas han añadido estos textos del papa, además de varios propios comentarios y ensayos, y un nuevo prefacio de Francisco. No están incluidos, porque son posteriores, pero uno podría sumar a esa lista otros textos papales de la tribulación actual, a saber sus homilías sobre el Gran Acusador en setiembre, después del ataque del Arzobispo Viganó, su discurso a la Curia en la Navidad, y por último su carta a los obispos de los EEUU antes del retiro que hicieron en el seminario de Mundelein a principios del año. Y seguro al final del encuentro de Roma el papa dará un discurso fuerte y contundente que será considerado uno de sus clásicos.

Lo que se desprende de estos textos es un papa que está guiando a su Iglesia por el camino de la conversión. El discurso de la catedral de Santiago de Chile se refería a una Iglesia en desolación, abatida por la falta de credibilidad en la sociedad, y los muchos escándalos de abuso y de encubrimiento. Y trazó para la Iglesia en Chile el crecimiento de San Pedro de discípulo en apóstol, cuando Jesús resucitado lo perdona por haberlo abandonado y traicionado en la pasión. Pedro, al abrirse a esa misericordia, pasa de ser el hombre abatido y desolado del final del evangelio de Juan al gran predicador y curador, lleno de parresía, del principio de los Hechos de los Apóstoles. De un comienzo en que está centrado en su propio fracaso, rumiando sobre su desolación, enfocado en sus perseguidores, pasa a centrarse en Jesús y luego en lo externo: hacia la misión y la evangelización. Es decir, un recentramiento en Cristo, lo que conduce a una descentramiento en otros. Ese camino de conversión es el que repite en las varias cartas a la Iglesia chilena después de su retorno a Roma, en las que una frase se repite: “Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo… Conocer a Pedro abatido para conocer al Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado”.

Francisco ve en la Iglesia una institución ensimismada, que se ha apartado de la presencia de Cristo en el seno del pueblo de Dios. Ha caído en lo que una vez describió a sus catequistas en Buenos Aires como “la eterna y sutil tentación del abroquelamiento y encierro para estar protegidos y seguros”. La palabra abroquelamiento es la misma que usó en su primera carta a los obispos de Chile en la que los convoca a Roma luego del informe de Mons Scicluna sobre la crisis de encubrimiento en la Iglesia ahi. En la carta escribe que, en tiempos de desolación, cuando estamos “asustados y abroquelados en nuestros cómodos ‘palacios de invierno’, el amor de Dios sale a nuestro encuentro y purifica nuestras intenciones para amar como hombres libres, maduros y críticos”. Es decir, la humillación, el fracaso, la pérdida de credibilidad, la vergüenza, son oportunidades para la conversión si nos abrimos a la misericordia que Dios está esperando a ofrecer.  

La primera fase de esa conversión es enfrentarse con la verdad, ver honestamente y en toda humildad los hechos, sin eufemismos. Fue el camino mismo del papa cuando volvió de Chile, el 19 de febrero, y envió a Mons Charles Scicluna a Chile con la misión de escuchar con humildad de las víctimas. Volvió con un informe devastador que detalló “situaciones que no sabíamos ver y escuchar”, en las palabras del papa.[4] Después dio una serie de pasos importantes en respuesta al conocimiento: pidió perdón, acusándose a sí mismo; se encontró con las víctimas para también pedirles el perdón y buscar su consejo; convocó a los obispos a Roma para una reunión de tres días. Al final los obispos le ofrecieron sus las renuncias y el papa iba aceptando varias de ellas, y en Chile se ha desencadenado una serie dramática de acontecimiento, porque la fachada se derrumbó. Pero todo comienza con el enfrentarse con la verdad.

Otra cosa notable: el papa no busca chivos expiatorios. Aunque sí ha cambiado algunos obispos, sobre todo los implicados en el abuso o su encubrimiento, ha aclarado que cambiar el liderazgo sin cambiar la cultura no es adecuado. Más allá del pecado particular que convierte en abusador al que tiene que proteger (el consagrado), el encubrimiento ha convertido en ámbito abusivo y corrupto lo que debe ser el ámbito sanador, la Iglesia institucional. Por eso los invita a los obispos a hacer un ejercicio de memoria, diciendo que sería irresponsable no hondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen. Los propone que la Iglesia chilena perdió su centro en Cristo, y puso a sí mismo – es decir, la institución – al centro. O sea, cayó en una idolatría que la hizo perder su misión y su identidad. Y ¿cómo se manifiesta esa pérdida del centro eclesial? En la desconexión de la institución del pueblo de Dios. Cuando ponía a Cristo en el centro, la Iglesia chilena evangelizaba; era profética, valiente, comprometida con los pobres, y humilde, cercana al pueblo, confesaba sus pecados, era alegre. Pero dejó de pedir perdón, dejó de evangelizar, dejó de identificarse con los pobres, dejó de construir una sociedad más humana, y en vez de ello adoptó una psicología de élite, una visión clericalista. Empezó a vivir para sí mismo. Se olvidó del pueblo de Dios. Se desenraizó de Dios en el pueblo. Y se volvió abusiva.

Al final de la carta que entregó a los obispos chilenos, Francisco habla de la “sinodalidad”, cuando advierte a los obispos a evitar el mecanismo del chivo expiatorio. Los invita más bien a asumir “colegialmente, en sinodalidad” la tarea de la conversión. En su carta al pueblo de Dios de Chile hace lo mismo. No busca explotar los fracasos de los líderes canalizando la rabia de la gente contra ellos, sino que invita a la gente a asumir el papel que el clericalismo les ha negado. Dice que quiere “invocar la unción que como Pueblo de Dios poseen”. Los invita a ser protagonistas de una renovación y conversión eclesial que sea sana y de largo plazo. Porque, como ha explicado a los obispos de Chile, en el pueblo fiel reside “el sistema inmunológico de la Iglesia”.[5]

Si el pueblo de Dios es el lugar teológico de la sanación de la Iglesia, las víctimas son la voz profética que clama por el cambio. En la carta al Pueblo de Dios de todo el mundo que sigue el informe del Gran Jurado de Pennsylvania, Francisco explica que la voz de las víctimas fue por mucho tiempo ignorada, callada o silenciada, pero su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar: “clamor que el Señor escuchó demostrándonos, una vez más, de qué parte quiere estar”. El testimonio de las víctimas es la ocasión propicia de conversión y de renovación para una Iglesia que ha antepuesto la reputación institucional a la vida del Pueblo de Dios. Reconoce que la Iglesia institucional no puede garantizar su propia existencia. Vive a partir de Cristo a del Espíritu. “Solo cuando ella se alegra de su propia pobreza es libre para servir a Cristo y sólo a Él.”[6]

Una clave hermenéutica para entender la respuesta de Francisco a la crisis es la distinción que hizo como jesuita entre pecado y corrupción. El pecador sabe que está actuando mal y busca, tal vez no muy conscientemente, una salida. Por eso al pecador hay que ofrecerle misericordia, porque a través de un espacio de perdón incondicional puede encontrar esa salida. Pero los corruptos no ven su propio pecado. No están buscando una salida. Viven de la mentira. Justifican su conducta, o dejan de verla como mala, porque han llegado a creer sólo en la imagen que quieren proyectar de sí mismos. En este caso, sólo una crisis puede sacarlos de su ceguera. En las vidas de los individuos, es la bancarrota, o el divorcio, o la llegada de los policías a la puerta. Se enfrentan con la verdad, y caen sus defensas.

En su discurso a la Curia en la Navidad Francisco habló del rey David en el libro de Samuel, un «ungido del Señor» (cf.1Sam 16,13 –2 ,11-12), quien “a pesar de ser un elegido, rey y ungido por el Señor, cometió un triple pecado, es decir, tres graves abusos a la vez: abuso sexual, de poder y de conciencia. Tres abusos distintos, que sin embargo convergen y se superponen.” Muestra como “La cadena del pecado se alarga como una mancha de aceite y rápidamente se convierte en una red de corrupción… de pecadores acaban convirtiéndose en corruptos.”

Como saben, en la historia del rey David él que enfrenta al rey con la verdad el el profeta Natán que le cuenta una historia que hace caer los muros de la negación. En su discurso el papa dice el papel de los medios en la crisis de abusos ha sido como el de Natán “al desenmascarar a estos lobos y de dar voz a las víctimas. Hoy, dice, “necesitamos nuevos Natán que ayuden a muchos David a despertarse de su vida hipócrita y perversa” y para que la Iglesia pueda distinguir entre verdaderas y falsas acusaciones. El ES actúa primero a través de la revelación, la exposición, los hechos.  

 

3. El pueblo de Dios muestra el camino

 

¿Cómo cambiar? Las cartas de la tribulación del año pasado insisten en la necesidad urgente de abrazar la conversión sin refugiarse en varias tentaciones. Es cuestión, dice en su prólogo a la primera edición de las Cartas, de “enfocar bien” el problema en un contexto de confusión. Esto significa verla como una situación que hay que discernir, y no una batalla de ideas. O sea, hay que discernir bien la voluntad de Dios – ¿qué nos pide Dios? Dónde está su Espíritu? – en vez de argumentar sobre ideas. En la primera carta a los obispos chilenos, por ejemplo, Francisco los advierte contra “la tentación de la verborrea, o de quedarnos en los universales” – o sea, el vicio los políticos de refugiarse en abstracciones y generalidades. En vez de ello, dice, “miremos a Cristo… Amemos en la verdad, pidamos la sabiduría del corazón y dejémonos convertir”.[7]

      En la segunda carta que les entregó en Roma, advierte contra “el deseo de dar vuelta la página demasiado rápido y no asumir las insondables ramificaciones de este mal” o el intento de “desplazar el problema sobre las espaldas de los otros”, buscando chivos expiatorios es la tentación de “querer salvarnos a nosotros mismos, salvar nuestra reputación”. En vez de acusar a otros, asumir la tarea de la conversión. Lo que Francisco propone, sobre todo, es que la penitencia y la oración vencen lo que él llama “el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males”. O sea, las soluciones no pueden originar en la misma actitud elitista, clericalista que produjo los males. De ahí la sinodalidad. Como dice a los obispos chilenos: “que podamos encontrar juntos respuestas humildes, concretas y en comunión con todo el Pueblo de Dios”.[8]

      La tentación de los obispos americanos era otra: de responder a su crisis de credibilidad a través de nuevas normas y reglas, como si fueran una ONG o una corporación. Esto se desprende mucho de la carta que escribe Francisco a los obispos de la USA al comenzar su retiro de Mundelein, en la que advierte el riesgo de ver la solución de su crisis de credibilidad como una tarea administrativa u organizativa. Tales medidas pueden ser necesarias, pero no son suficientes, porque “la herida en la credibilidad toca neurálgicamente nuestras formas de relacionarnos”, o sea lo que hace falta es una conversión, una metanoia, en “nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad”.  Para ello, dice, hacen falta “pastores maestros de discernimiento” ya que “las ideas se discuten, pero las situaciones vitales se disciernen”.

      Después de meses en que el papa buscaba “enfocar bien el problema” evitando estas varias tentaciones para evadir la conversión, vino un ataque al Papa que era un ejemplo de precisamente las tentaciones. El arzobispo Carlo Viganó, el anterior nuncio en los EEUU, durante la visita papal a Irlanda lanza un ataque feroz contra Francisco, intentando hacerlo responsable del escándalo de Cardenal McCarrick. Pretende que el origen del mal es una falta de adhesión a la “verdad” – o sea, ideas -- busca chivos expiatorios (el papa, los curas gay, los liberales), y apela al funcionalismo, o sea medidas jurídicas para erradicar el pecado. Se enfoca en una reforma restauradora tipo jurídico-organizativo en vez de la conversión institucional. Y, lo que es muy significativo, rechaza en absoluto la idea de que la crisis tenga que ver con el clericalismo. Desde la Santa Marta, Francisco en sus homilías invitó al pueblo de Dios a discernir los espíritus detrás de esto, describiendo al diabolos como el Gran Acusador que acusa a otros, nunca a sí mismo.[9]

      La respuesta de Viganó y sus aliados es clericalismo puro y duro. Para el ex nuncio la respuesta a la crisis no depende de la gracia y la misericordia de Dios, sino el esfuerzo pelagiano de una purificación moral y la expulsión de grupos considerados heterodoxos. O sea, no se ve ninguna necesidad de la transformación de la cultura, las relaciones o la mentalidad dentro del seno de la Iglesia. Y obvio que para el ex-nuncio, como los grandes populistas de este momento, el pueblo es un instrumento para lograr una finalidad política: en este caso, remover al papa para restaurar una guerra cultural. El único papel del pueblo es esencialmente pasivo. La carta de Viganó está diseñada para indignar y excitar al pueblo, no a escucharlo ni a invitar su participación.

Para Francisco, sin embargo, la conversión que la Iglesia necesita para ser servidora y no abusiva no puede acontecer sin esa participación. En Gaudete et exsultate, 6) recuerda que el Señor, «en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo… Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo». E insiste en su carta al pueblo de Dios que “todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación.[10] No puede haber solución a la crisis del abuso clerical sin erradicar el clericalismo, o dicho de otra manera, sin realizar la visión eclesiológica de Lumen Gentium.

Para volver, pues, a donde empezamos: Esto significa la sinodalidad, como proceso sí pero también como figura teológica de esa conversión. La sinodalidad no cuestiona para nada la institución jerárquica. Los obispos siguen gobernando, y los pastores siguen siendo pastores. Pero la sinodalidad ofrece un modelo de las relaciones dentro de la Iglesia, de escucha mutua, de discernimiento, de participación que da sentido a ese liderazgo. La Iglesia que enseña es la Iglesia que escucha. Y aquí se ven las posibilidades ad extra. La Iglesia no vive para sí misma, sino al servicio de la humanidad. Por eso en su discurso del 17 de octubre de 2015 sobre la sinodalidad en que habla de su convicción de que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” al final añadió: “Una Iglesia sinodal es como un emblema levantado entre las naciones (cfr. Is 11, 12), en un mundo que – aun invocando participación, solidaridad y la transparencia en la administración de la cosa pública – a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder.”

¿Puede una Iglesia sinodal ofrecer una luz para las naciones? En una época en la que la gente está enajenada de sus instituciones, donde hay una crisis de representatividad política, ¿puede una Iglesia sinodal ser un modelo de participación activa, de ciudadanía, de procesos de decisión basada en la escucha mutua, atenta a las mociones del Espíritu?

El papa cree que sí. Por eso habla de su sueño que “el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, generando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros.”

El encuentro sinodal de Roma sobre abusos tampoco es sólo para la Iglesia. Como dijo el papa en su discurso la Curia, “Se buscará transformar los errores cometidos en oportunidades para erradicar este flagelo no solo del cuerpo de la Iglesia sino también de la sociedad… La Iglesia no se limitará a curarse a sí misma, sino que tratará de afrontar este mal que causa la muerte lenta de tantas personas, a nivel moral, psicológico y humano.”

Es un intento de erradicar el mal del abuso y su encubrimiento llegando a sus raíces: a la cultura que permitía el abuso. Por eso hace falta un camino sinodal del pueblo de Dios, en el cual la Igleisa puede aprender a ejercer otra forma de poder: no potestas, sino potentia, ministerium. Cuando en marzo del 2017 El País le preguntó al papa si era cómodo con el poder, contestó: “Es que el poder no lo tengo yo. El poder es compartido. El poder es cuando se toman las decisiones pensadas, dialogadas, rezadas.” O sea, que el verdadero poder no es el poder que se busca ejercer sobre otros. El poder auténtico es sinodal. Porque es del pueblo, y el pueblo es de Dios. Y sólo reconociendo y dando efecto a esta visión somos capaces de renovar la vida pública de la Iglesia y de nuestra sociedad.

Gracias.

 

 

 

[1] Pope, speeches to synods of 2014 and 2015. Abp Christophe Pierre, “SYNODALITY AND POPE FRANCIS: THE CHURCH THAT WALKS TOGETHER”, CATHOLIC UNIVERSITY OF AMERICA, SCHOOL OF CANON LAW, WASHINGTON, DC, NOVEMBER 2, 2017

 

 

[2] Pope Francis, Interview with Tertio, December 6, 2016.

 

 

[3] Antonio Spadaro SJ y Diego Fares SJ, Francisco: Las Cartas de la Tribulación (Barcelona: Herder, 2019).

 

 

[4] Carta al Pueblo de Dios de Chile

 

 

[5] GE #59

 

 

[6] Hanvey, Guía de lectura

 

 

[7] Carta, 8 de abril

 

 

[8] Carta al pueblo de Dios, 2ª Carta a los obispos chilenos.

 

 

[9] Christmas greetings to the Roman Curia,  (21 de diciembre de 2018)

 

 

[10] Carta al pueblo de Dios, 20 de agosto de 2018