INTERVENCIÓN DEL SECRETARIO-VICEPRESIDENTE DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA ANTE 150 OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS

¡ES UN GUSTO ESTAR CON USTEDES!

Redacción CAL
24/10/2018
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V ENCUENTRO NACIONAL DE PASTORAL HISPANA EN ESTADOS UNIDOS

 

 Más de 3,000 participantes se han congregado en las cercanías de Dallas (USA) para el V Encuentro Nacional de Pastoral Hispana en Estados Unidos. El Dr. Guzmán Carriquiry Lecour, Vice-Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina ha sido invitado entre los participantes y el 21 de septiembre ha tenido una intervención ante 150 Obispos estadounidenses y los más importantes líderes nacionales de los “hispanos”.

Se transcribe a continuación el texto de su intervención:

 Es una alegría estar junto a ustedes en este Encuentro. Da gusto repetir, con el Salmista (n. 133): “(…) qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos”. La alegría es, por cierto, nota distintiva esencial de los cristianos, de las comunidades cristianas. Por eso, tres exhortaciones apostólicas tan importantes del actual pontificado – Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia y Gaudete et Exsultate – remiten a esa alegría. ¿Cómo no estar alegres si fuimos elegidos desde siempre por Dios, predestinados a ser sus hijos y llamados por nombre? ¿Cómo no estar alegres si Dios mismo se ha hecho compañero en el camino de nuestra vida, si no obstante nuestras miserias hemos sido tratados inmerecidamente con misericordia y salvados por la sangre su Hijo, si sabemos que el mal no tiene la última palabra y vivimos ya en comunión los reflejos de los cielos nuevos y la tierra nueva que nos espera? ¿Cómo no estar alegres en el si nos sabemos amados por Dios?

 Para mantener siempre viva y presente esta conciencia, el papa Francisco “invita a cada Cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo (…)” (E.G. 3). Por eso, el mismo Papa asegura que no se cansará de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (E.G. 7; DCE, 1).

 

 El Sucesor de Pedro quiere centrarse y centrarnos efectivamente en lo esencial de la Buena Nueva. El cristianismo no es, ante todo, un conjunto de doctrinas, preceptos morales, ritos y procedimientos. Es un acontecimiento: el Verbo de Dios hecho carne, según el designio misericordioso del Padre, muerto en Cruz por nuestros pecados y resucitado por la potencia de Dios. Es Él quien viene a nuestro encuentro, por gracia del Espíritu Santo, llamándonos a su seguimiento, a la comunión con Él en su pueblo y cuerpo, que es la Iglesia, hasta poder llegar a experimentar milagrosamente que “no soy quien vivo, sino Cristo que vive en mí” (Gal 2, 20). ¡Es Cristo reconocido como el Señor y Salvador! Entonces “(…) el mensaje se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante” (E.G., 35).

 El Papa Francisco quiere, sin duda, desacomodarnos, desestabilizarnos de toda asimilación y conformación de nuestro cristianismo según el espíritu de este mundo, según cualquier lógica mundana. Más fuerte, sin embargo, es su propuesta a que seamos dóciles al Espíritu de Dios, que nos conduce al encuentro con Jesucristo, con la misma realidad, la misma novedad, la misma actualidad, el mismo poder de persuasión y afecto,  experimentados por los primeros discípulos a las orillas del lago, la samaritana sedienta de agua viva, por Zaqueo visitado por el Señor en su casa, por la Magdalena conmovida por su presencia misericordiosa, por los abatidos discípulos de Emaús que sienten arder el corazón al reconocerlo. El Santo Padre no se cansa de plantear la pregunta decisiva, como lo hizo a los Obispos italianos: “¿Quién es Jesús para mi vida? ¿Cómo ha marcado la verdad de mi historia? (…)”. No debemos dar nunca este encuentro como presupuesto, como descontado. Sólo un cotidiano recomenzar con Cristo hace que la gracia regeneradora del bautismo vaya forjando hombres nuevos y mujeres nuevas, protagonistas nuevos dentro del mundo…y también que se actualice la gracia de la consagración en siempre renovados servidores de Dios y de su pueblo. Ese encuentro requiere un seguimiento, un permanecer en el Señor, a la escucha de su Palabra, en actitud orante, creciendo en una familiaridad que llega a ser comunión.

 Si es verdadero encuentro con Cristo, la familiaridad y la comunión que se experimentan en el camino de educación y crecimiento de la fe suscitan una sorprendente novedad de vida. La profesión de la fe y la estructura de la vida cotidiana no quedan más divididas en compartimentos separados. El Señor va cambiando la vida de la persona y marcando con su impronta la vida matrimonial y familiar, las amistades, el trabajo, las diversiones, el uso del tiempo libre y del dinero. También va impregnando todo el ejercicio de ministerios pastorales. Todo lo abraza con la potencia de un amor transfigurador, unificante, vivificante, no obstante nuestras miserias humanas. Todo lo convierte en más humano, más verdadero, más feliz. El cristianismo es este llamado de Cristo a la libertad de la persona, que espera la simplicidad del fiat, como el de la Virgen María, para que, por medio de los sacramentos de la Iglesia, se haga carne en nuestra carne. Esta novedad de vida tiene que convertirse en una nueva sensibilidad, en una nueva modalidad de mirar, enfrentar y discernir toda la realidad. La fe es método de conocimiento de la realidad y no un mero sentimiento religioso.

 Si este gran evento que estamos celebrando no fuese para nosotros la ocasión, el kairòs, para un renovado encuentro personal y comunitario con Jesucristo, de nada serviría.

 Sobre la base de esa conversión personal, el papa Francisco invita también a una conversión pastoral para que toda comunidad cristiana refleje con la mayor transparencia posible la presencia del Señor y su fidelidad a Él. Una auténtica conversión pastoral requiere un arduo, paciente y perseverante proceso por el cual la multitud de los bautizados va convirtiéndose, por gracia de Dios, en un pueblo de discípulos, testigos y misioneros de Jesucristo. Todo verdadero discípulo es a la vez misionero: por desborde de gratitud y alegría comunica en todos los ambientes y circunstancias, en todas las periferias sociales y existenciales, el don del encuentro con Cristo, que ha dado a su vida un nuevo gusto, alegría y esperanza. El discípulo-misionero sabe que su vida es una misión y que tiene que ser expresada con gratuidad y espíritu de servicio, especialmente para con los más pobres y necesitados. Pero para crecer como discípulos-misioneros, se necesita el sostén de comunidades cristianas, que sean casas y escuelas de comunión, que abracen toda su vida con el Evangelio y que no se reduzcan a ser impersonales estructuras de servicios religiosos o recintos eclesiásticos cerrados e ilusoriamente protectores.

 Conversión pastoral es especialmente conversión de los pastores, de los Obispos y colaboradores en el ministerio pastoral. No se puede seguir haciendo lo mismo de lo mismo como si nada aconteciera como novedad del Espíritu en el actual pontificado, como si nada estuviera sucediendo en la vida de nuestras Iglesias. Es el Espíritu de Dios que está requiriendo una profunda revisión de vida, algo más y mejor: hombres de oración, con perfume de Cristo y olor de ovejas, en una proximidad misericordiosa, solidaria y misionera respecto a la gente que les ha sido confiada, llenos de ternura y compasión. ¡Buenos Pastores del pueblo de Dios, que es muy diferente y mucho más que ser buenos administradores de organizaciones eclesiásticas! La Providencia de Dios está urgiendo esa conversión y renovación de los pastores, su testimonio de pasión por Cristo y por su pueblo, tanto más límpido y transparente mientras estamos pasando por largas y arduas, penosas y sufridas pruebas de purificación clerical. ¡Sólo Cristo nos sana!

 ¿Acaso podemos vivir la alegría del Evangelio cuando no podemos estar más que profundamente avergonzados y humillados por crímenes abominables que se dan entre nosotros? No hay resurrección sin cruz, y cruces muchas veces muy pesadas. Cargamos con nuestras heridas y compartimos a fondo los sufrimientos de las víctimas de violencias, abusos, injusticias y exclusiones. Sin embargo, nuestros rostros han de comunicar la alegría de los resucitados. Nada ni nadie nos puede quitar esa alegría.

 Dirigiéndose a la comunidad cristiana de la ciudad-puerto de Corinto, impactada por sus diversas corrientes de pensamiento y religión, y por la degradación de costumbres llenas de inmoralidad, el apóstol Pablo así le escribía: “Como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues Él dice: En el tiempo favorable te escuché y en el día de la salvación te escuché. Mirad, ahora es el momento favorable; mirad ahora es el día de la salvación. A nadie demos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos, como nada tienen , aunque todo lo poseemos (…). Abrid vuestro corazón de par en par” (2Cor 6,1-13). Así escribía el apóstol Pablo.  Dios nos de la gracia para comportarnos como nos pide el apóstol, como nos interpela la Palabra de Dios y como nos enseña y exhorta el magisterio del papa Francisco.